jueves 21 noviembre 2024
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Las sombras del callejón

En las afueras hacía un calor extraordinario comenzaba el verano y se hacía sentir como alguien poderoso que quiere imponer su ley. El aroma áspero subía y bajaba por la calle principal. El callejón permanecía casi invisible, olvidado, imperceptible, es más, no existía para nadie de la ciudad, al menos para nadie que se preciara de clase media o alta. Desconocida aquella franja estrecha, angosta, gris, casi negra que se volvía línea cuando llegaba la noche. Se tenía así mismo.

Aquel callejón que albergaba las traseras de bares de mala muerte y de restaurantes que no aparecían en ninguna guía, en ningún lugar que se preciara de llamarse así. Cubos de basura, desperdicios pisoteados y ventanas ausentes de vistas. Ladrillos a un lado y a otro de aquellas torres que se habían levantado en una zona de la ciudad en la que antes habían vivido casitas mata y bloques bajos de decrépita estructura. Los años convirtieron aquel espacio en dos torres imposibles y solitarias que quedaban separadas por aquel oculto callejón en donde el sol no daba a ninguna hora, en ninguna estación del año.

Un callejón que veía un trazo de cielo si le echabas imaginación al asunto. Una línea que no comulgaba con las izquierdas ni con las derechas más recalcitrantes. Invisible, olvidado pero ligeramente libre. Sobre las piedras de aquel exiguo suelo las sombras no tenían nada que hacer, no había formas con las que jugar. Oscuridad continua hasta que apareció ella.
Su largo vestido de crochet arrastraba hasta la humedad persistente de la calleja y sus brazos en cruz tocaban desafiantes las dos paredes que se elevaban hasta el cielo imaginado. Callejón sin salida que sin embargo por breves instantes, adquirió un atisbo de trabajo cotidiano, de ruido acompasado de tacones, de olor a brillo de labios y sudor limpio.

El sol se escondía en toda la ciudad, el callejón ni se enteraba y ella dejó de tocar las tiznadas y verticales paredes y encendió un cigarrillo antes de perderse entre contenedores y cartones amontonados. Nunca más se supo de ella. Tal vez fue la sombra deseada de aquel espacio, la musa invisible de los besos fríos.

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