«Let it be», éste es el título de la canción que en este momento suena mientras escribo estas letras, dispuesta a buscar una solución o respuesta a todo lo que nos rodea.
Puede que ese ser soñador que siempre fui y que en ocasiones escondo por tener los pies en el suelo y no llevarme más batacazos de los permitidos –aunque la vida me los da sin pedir permiso siquiera–, surja precisamente porque ve que los sueños verdaderamente se pueden cortar, romper y pisotear.
Y no es que sueñe con tener una casa enorme, con realidades de otros mundos que de auténticos tienen poco; sino más bien porque sigo soñando en que todo puede cambiar, sólo cuando nosotros seamos capaces de sentarnos, entender, hablar, reconocer nuestros errores y estar dispuestos a arreglar nuestro desaguisado.
Esa vena soñadora sigue latente en mí, y sé que en millones de personas en el mundo, y también en España. Porque nos gusta imaginar la felicidad en pequeños detalles, en mirar una simple obra de arte, en escuchar el rasgueo de una guitarra, en leer las páginas de un libro, en la declamación de una poesía, en el silencio de un banco a la sombra de un árbol, en el bullicio de la playa en verano o recordando el instante de una película.
Sí, y me gustaría responder que esos sueños pueden ser, todo gracias a esta canción, no me canso de repetir. Es clásica, responde a una época, pero no difiere de mucho de lo que nos encontramos hoy.
En medio de protestas, manifestaciones, lamentos y cabreos, una intenta buscar la paz, puede que prueba de la situación personal que uno vive; pero ante todo, pienso que unidos, sin mirar absolutamente nuestro lugar de origen, sin empeñarnos en colocar etiquetas a todos –maldita manía de juzgar a todo ser viviente distinto a nosotros mismos– podemos hacer todo lo que nos propongamos. Ayer, ahora y siempre, el ser humano debe respetarse y nunca ahogar a otro igual a él por salvarse el culo. Sólo eso, «Let it be».