Llegan correos que denuncian el sufrimiento de la gente. El primero (del Obispo de Córdoba) dice que: «debemos preguntarnos qué pieza se ha roto en el mecanismo social, porque está claro que la máquina no funciona y muchos sufren las consecuencias» En otro, José María Castillo, teólogo, arremete contra «la aparente neutralidad de nuestra jerarquía eclesiástica ante las leyes encanalladas que el gobierno aprueba y que están envenenando las vidas de los más pobres» Si los obispos –sigue– «se hubieran echado a la calle (como lo hicieron contra el matrimonio homosexual), el reparto de los duros sacrificios que está imponiendo la crisis, se habría planificado y se estaría gestionando de otra manera»
Pero oyendo decir anoche a Miguel Sebastián que ¡desde 2002! sabía que esto iba a pique si no se pinchaba a tiempo la burbuja, se sorprende uno de la inopia de Monseñor: ¿A estas alturas deberemos preguntarnos qué pieza se rompió? A buenas horas –mangas verdes– denuncia usted la corrupción y los proyectos faraónicos para cobrar comisiones.
El único proyecto faraónico que cita la Biblia es el de la construcción de miles de graneros cuando las vacas gordas: ¡aquello era planificar el futuro y hacer inversiones productivas! Aquí, en cambio, nos toca gestionar la miseria presente y «mirar por los huérfanos y las viudas en sus apuros» como dice la carta del apóstol Santiago que nos remite el teólogo. Habrá que hacerlo.
Pero ¡qué pena de país que no sabe más que profetizar a toro pasado y que le teme más al remedio que a la enfermedad! Al actual sufrimiento no es ajeno el encanallado silencio que los de arriba imponían a todo aquel que intentara aguar la fiesta augurando vacas flacas. Encanallada una ciudadanía en minoría de edad coreando (¡durante años!) aquello que cantaban los que gestionaban el dinero a espuertas: «Que no nos falte de «na» ¡Que no que no!» ¡Qué tropa! Los chunguitos.