No voy a hablar, ya se ha hecho más que suficiente del fallido bulevar burgalés, está pasando algo, nada de minucia, con los que los políticos no contaban. Y es que la gente normal y corriente estamos tomando conciencia de que nuestra opinión va a tener que ser tan válida como nuestro voto. Y las decisiones de los políticos que no gusten o no convengan a la población van a ser rechazadas. Burgos no es más que el inicio. Que no cuenten en los medios sólo la parte de la historia que interesa, estamos bastante quemados para que nos conformemos con facilidad. Cierto que en las manifestaciones se cuelan radicales que emiten ruido ensordecedor, pero esto es pretexto, justificante en algunos casos e ignorados en la mayoría y, desde luego no echan para atrás decisiones de la envergadura de este macroproyecto. Se le han visto las orejillas… al alcalde. Pero lo que queda por salir puede condicionar muchas futuras actuaciones. Ninguna de las dos posibilidades que han de ocurrir son buenas. La primera es que si se condena a los atropelladores, van a excusarse en que fueron obligados a comportamientos extremos por decisiones arbitrales e injustas, y seguro que contarán con apoyo de los vecinos. La segunda, si salen libres de cargos, crean un caldo de cultivo que puede tener largo recorrido y peores consecuencias.
Reconozco que tarde, pero ya va siendo hora de qué ciudades queremos construir y qué clase de políticos elegir. Así que les vamos a decir a todos que elaboren sus programas electorales con mucho cuidado, están a flor las sensibilidades de ver tanto cambio en lo que se promete y lo que se cumple. Esto no ha hecho más que empezar y, aunque me dice una amiga que en Andalucía no va a ser posible porque somos unos borregos, creo que no lleva razón. Cada vez hay menos adoctrinados y fieles, las ideas de los partidos tocan fondo y no se renuevan. El poder sin ideas se condena al fracaso y los políticos pierden fuelle y la gente de la calle coge fuerza.