Las lecturas de este domingo nos llevan a acercarnos a la fidelidad en el matrimonio como sostén de la verdadera familia cristiana. Es algo que nos llevan a reflexionar sobre un tema muy candente en nuestros tiempos: la indisolubilidad del matrimonio.
Recordemos que la familia es la base de una sociedad que está fundamentada sobre el amor y fidelidad de un hombre y una mujer. La familia es el medio por el que accedemos a la existencia humana y es la estructura primaria en la que se inicia la vida. Sabemos que vivimos, en nuestro mundo occidental, en una sociedad plural. El pluralismo ha cambiado el modo de entender la vida y sociedad. No vivimos todos bajo el mismo techo cultural, religioso, político y familiar…El pluralismo no es fácil de vivir; quizá deberíamos reconocer que es difícil de convivir con él.
En medio de la crisis por la que está atravesando la familia, reconocemos que hoy por hoy no hay otra estructura o institución distinta a la familia que mejor ayude a “hacer persona a las persona”. Es la que hace humano al ser humano. La familia basada en ese matrimonio de fe y fidelidad es la estructura primaria para crear “persona”. La familia es sagrada.
Los fariseos una vez más quieren poner a prueba a Jesús, haciéndole una pregunta sobre la licitud del divorcio. Jesús, que conoce perfectamente las Escrituras, les pregunta sobre lo que Moisés prescribió al respeto, para ayudarles a comprender el sentido de la Ley e introducirlos en una interpretación correcta de la misma. Sin duda que esa respuesta debió haber dejado perplejos a los fariseos y todos los oyentes de Jesús,
En el trasfondo del evangelio vemos como los fariseos quieren comprometer a Jesús con una pregunta sobre el divorcio. Y Jesús sitúa el matrimonio en la perspectiva del Reino de Dios, reconociendo que el matrimonio es una unión total y definitiva. El Matrimonio está fundado en un amor superior que lleva a constituir de dos, marido y mujer, “una sola carne”.
En la aplicación actual de la doctrina de Jesús sobre el divorcio nos lleva a contemplar la cruda realidad que hoy vivimos. Las constantes noticias de matrimonios rotos, familias destrozadas, niños que deambulan cada fin de semana para convivir con el padre o la madre, disputas sobre la tutela de hijos, enfrentamientos por los bienes comunes… hacen que la experiencia humana en este asunto sea preocupante. Puede suceder que en el origen de estas situaciones se encuentre un planteamiento superficial del noviazgo, de la misma convivencia matrimonial, del concepto, aceptación del matrimonio mismo, de la falta de madurez de la pareja… El fracaso matrimonial no es siempre, ni solamente, un problema jurídico que se puede resolver con leyes. Con el divorcio no tenemos ya la solución para “el desamor”. Es un problema personal, emocional, psíquico, de raíces y consecuencias muy hondas.
La Biblia afirma que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro: “No es bueno que el hombre esté solo’’. La mujer, “carne de su carne’’, es decir, su otra mitad, su igual, la criatura más semejante al hombre mismo, le es dada por Dios como un “auxilio’’, representando así a Dios que es nuestro “auxilio’’. “Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne’’. Que esto significa una unión indefectible de sus dos vidas, el Señor mismo lo muestra recordando cuál fue “en el principio’’, el plan del Creador.