lunes 24 noviembre 2025
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Lo que no se ve detrás de un evento

Cuando la gente llega a un evento, ve luces, música y una escena que parece sacada de un día perfecto. Pero lo que no se ve es todo lo que ocurre antes: los días de nervios, las llamadas que nadie coge, los proveedores que cambian cosas a última hora, los marrones inesperados, los horarios imposibles y ese pensamiento constante de “¿llegaremos a tiempo?”.

Tampoco se ve cuando haces malabares para sostenerlo todo: cuando estás gestionando diez cosas a la vez, cuando te tragas un enfado para no perder tiempo, cuando respiras hondo porque sabes que si tú te desmoronas, se cae todo. Nadie ve las noches sin dormir, las dudas, la presión en el pecho o ese momento en el que te preguntas por qué sigues en esto… pero aún así sigues.

Y en medio de ese caos, también pasa algo precioso: descubres a la gente que realmente está contigo. Personas que aparecen sin que se lo pidas, que te echan una mano, que comparten carga, que se quedan hasta el final, que te dicen “tranquila, yo te ayudo”. Gente que no busca aplausos, solo sumar. Son ellos los que sostienen más que la estructura del evento: sostienen tu ánimo.

Luego llega el instante mágico: ves a la gente disfrutar, ves sonrisas, escuchas un “qué bonito todo”, y ahí entiendes por qué te dejas la piel. Porque un evento no es logística ni decoración: es conexión, emoción y comunidad. Es ese momento en el que un espacio se transforma y la gente también.

Eso es lo que no se ve. Pero es, justamente, lo que hace que un evento tenga alma.

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