Se me han adelantado unos días, y, desde luego, nunca fueron mejor recibidos. Me trajeron un regalo que ando tras él varios meses y que tiene que ver mucho con mi salud. Parece que de momento voy ganando la batalla al cáncer y que estoy en buena posición de salida para que ni el frente ni la retaguardia se atreven a echar por tierra la fe y las ilusiones que tengo puestas en mi recuperación. Éstas vivencias pasadas hacen un difícil camino que no cantará ningún poeta, nadie quiere transitar por él, y, curiosa y desgraciadamente cada día está más repleto, ahoga sueños, estanca la esperanza en un lodazal del que se hace casi imposible extraer y corta sin miramiento alguno la visión de futuro.
Pero incluso el dolor y el miedo dan una oportunidad de aprender, ésta si que hay que aprovecharla al máximo, tanto como la medicina, los tratamientos y los buenos apoyos recibidos por todo el personal sanitario. Aprender a creer en ti, en sacar a relucir esa fuerza moral, que en circunstancias normales la obviamos y que es tan necesaria y, aunque sea una frase hecha saber y poner en práctica nuestra mente poderosa. También es cierto que estoy rodeada de mucha gente de fe, que han fortalecido la mía, de mucho cariño a mi alrededor que me va limando mis asperezas, de hobby que me mantienen bastante ocupada y de la enfermedad vegetativa de mi madre, que he de estar pendiente y me desvivo para que esté bien atendida. Con este panorama he tenido poco tiempo de pensar en mi enfermedad, a lo mejor ha decidido quitarse de en medio o buscar un sitio donde le presten más atención. En cualquier caso no es duro, es durísimo, es un padecimiento malvado que nunca sabremos si lo podemos llevar a buen puerto.