Si el año pasado, la ceremonia de los Oscars estuvo marcada por el asalto al ring del peso pesado Will Smith, este año se ha destacado por dos aspectos. La Academia ha reconocido el trabajo de dos grandes de la industria de los sueños: Jamie Lee Curtis y Brendan Fraser.
Jamie Lee Curtis, la reina del grito de los 80, ha demostrado que no solamente se le daba muy bien escaparse de las psicópatas intenciones de Michael Myers (“Halloween”) en cada una de sus tentativas, sino que la trayectoria de su carrera ha sido un constante reciclaje, intentando no encasillarse. Eso lo ha conseguido por ser una gran actriz en cada uno de sus proyectos, amén de los genes heredados por parte de sus progenitores, Tony Curtis y Jane Leigh.
Y por otro lado, Brendan Fraser. Hollywood disfrazado de buena madre, rescata, homenajea y eleva entre sus brazos, a un actor cuya carrera iba como un cohete en los años 90, y que la propia industria lo enterró en la soledad, el olvido e incluso en la humillación. Pero he aquí, que el show debe continuar, y esa madre al estilo Bates (“Psicosis”) tras haberlo acuchillado en la ducha, esboza una sonrisa malévola, entregándole el Oscar, eso sí, por una interpretación desgarradora. Una leyenda reconocida y la vuelta de un hijo pródigo. Así es el mítico, el maravilloso y el cruel Hollywood. ¿Estaría viéndolo Will Smith? A él, le costó caro entrar de cara al malicioso juego de Hollywood en aquella velada de hace un año, al estilo Alí. Pensó estar por encima creyendo “Soy leyenda”. Y es que, “Yo, robot” hubiese sido mejor estrategia para no señalarse como un “Bad Boys”.
