“Papeles de Menga/no” se titula el libro que un servidor puso en las librerías antequeranas. El “no” que sigue a Menga expresa rechazo; pero no a ésta, naturalmente, sino a lo construido en su entorno ¿No quedamos en que era “el mayor y más perfecto de los dólmenes conocidos”? Pues no se nota. Que el autor publique su verdad sobre este tema y el lector la juzgue en libertad, debería ser lo más normal. Y la única pregunta que cabría hacerse, en normalidad democrática, es si esa crítica está, o no, bien fundada.
Pero la cosa no siempre es tan sencilla: Las caritas que le ponen al crítico, o el casi imperceptible rechazo que provoca en general el que “molesta” (por no hablar de su “éxito” de ventas), dejan bien a las claras que poco importa lo que puedas decir en tu libro: Lo que en verdad incomoda, al que vive en su zona de confort, es que pretendas meterlo en un terreno, –el de la política– y esperes que te siga. Ni loco. La pregunta del aprendiz de filósofo sería entonces esta: ¿Tan malo es disentir? ¿Es siempre inoportuna y hasta de mal gusto la crítica?
Nadie ha tratado este tema con mayor atención que el filósofo coíno Javier Muguerza. Según éste, la democracia se nutre de disensos. Si la razón tiene hoy algún futuro –dice–, el disenso es lo realmente decisivo: No es nada personal, cada crítica individual bien justificada no pretende otra cosa que ser base de nuevos y más justos consensos. No se trata, pues, de que tengas o no derecho a emitir un juicio: Criticando lo que consideras errado, cumples un mandato democrático. Como debe ser.
¿Y, qué ocurre cuando falta esa masa crítica, como es el caso, –me duele decirlo–, de esta Antequera?: que tenemos lo que nos merecemos. Tratándose de Menga, (que es a lo que voy): una Junta de Andalucía que, olvidada de que es una “mandá”, se erigió en ama e hizo lo que hizo. Una pena, pero algo pasará; a este siglo aún le queda bastante (¿no estaré yo en el fondo publicitando mi libro?).