Pido permiso para meter baza en el tema caliente de los (tímidos) derribos en el Conjunto Dolménico de Antequera. En la esperanza de que, agotado un día el cupo de disparates, salga a flote la verdad más tonta. De ésas que no ve el político, ni algún especialista muy conspicuo.
Empiezo por la palabra «conspicuo». Es sabida la acepción de: «experto conocedor que ilustra sobre el tema en el cual es una eminencia». Pero ¡he aquí que este término alude también a aquella realidad donde convergen las miradas porque monopoliza la atención! Un pavo real es lo más conspicuo a los ojos de la pava. Son conspicuos la aguja de una catedral gótica, la silueta de La Peña, o el monte Fuji en Japón. Éstos son hitos y referentes paisajísticos, históricos, o místicos, inevitables.
Un túmulo es una eminencia artificial del terreno, memorial de héroes y lugar de culto. ¿Dejarán ¡al mejor de Europa! lucir en su limpia desnudez frente a La Vega y a La Peña? ¿Merece nuestro Patrimonio (y de la Humanidad) intervenciones tan faltísimas de tacto? Algo tan sustantivo ¿puede tolerar la competencia descarada de tanto adjetivo (=añadido) superfluo y pretencioso? ¿Es culpable Menga de que los arquitectos españoles no tuvieran formación paisajística y «actuaran con criterios duros en materia de paisaje»? Señor Millán: que ahora «se cambia el modelo conceptual de la obra» ¿es compatible con que «se avance en la construcción del Centro de la Prehistoria»? Señor Barón: ¿son de lamentar los tres millones si alguien libra a los dólmenes de semejante agobio? Mi voto para el que coja «la retro» (anda ahora por allí) y deje lo que sobra como la palma de la mano. Ya lo haréis.