Llega San Valentín. Mi amiga Fátima me pide prestada una cazadora de cuero rojo que me compré en un arrebato colorista y extrañamente despilfarrador. La cuestión es que me la he puesto unas cuantas de veces por aquello de amortizarla, pero no abuso de su estética. En fin, quedo con Fátima en dejársela en su oficina que está cerca de la ciudad de la justicia. Sin pedirle aclaraciones me comenta que quiere ir muy de rojo a la cena de enamorados que se ha montado con su actual pareja, para ella la definitiva.
El comentario me lleva a preguntarle el resto del look. La respuesta le sale a borbotones. Relata: pues el vestido rojo de punto de seda, las medias negras y los botines rojos que me compré ayer, ¡ah! y tu cazadora, ¡creo que estaré muy sexi¡ Exclama sin pudor. La ropa interior no sale a colación. Estarás guapísima, le digo y será verdad. Recuerdo, mientras camino o corro, depende de lo que me toque, bajo las arboledas cargados de naranjas amargas, que Fátima es una mujer estupenda, inteligente y guapa, pero lo de los amores lo lleva desde siempre fatal. Dos maridos opuestos por el vértice y después de ellos una cadena de despropósitos amorosos que conozco porque he sido su paño de lágrimas desde años.
Oigo una voz masculina que me saca de mis pensamientos, “tenga cuidado no vaya a pisar alguna y resbale”. Se refiere a las naranjas que esparcidas por la acera le confieren a la misma un estampado muy andaluz. Doy las gracias por el aviso y desde ese momento reduzco la marcha, zigzagueando entre fruta y fruta. Como soy de imaginar, me imagino rodeada de naranjas, pero pronto regreso a la brumosa realidad cuando entro en mi cafetería favorita y oigo el canal 24 horas de la T.V. ¡Qué aburrido! Política, partidos, y envidias llenas de amargos resentimientos. ¡Ah! de nuevo en la calle libre de falsas promesas electorales.