miércoles 13 noviembre 2024
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Negro charol

He pasado ante las velas inocentes de la muerte que alumbran un espacio lleno de mensajes azules sobre la acera que nadie pisa, por temor a que el silencio despierte y se oigan caer lágrimas infantiles truncadas bajo la magia de una noche de Reyes.

Retomamos los senderos de la existencia. Son los mismos del año pasado, tal vez un poco más recortados, más angostos, complicados, estrechos, colmados de voces. Unas se oyen muy cercanas y otras que guardan silencio, no tardarán mucho en hacerse oír. Voces que peinan canas que arrastran hambre, que aún tienen fe en su fuerza.

 

No queremos discursos huecos de esperanza; queremos que la esperanza se convierta en la realidad que un día nos vendieron a precio desorbitado y ahora nos intenta recomendar a precio de saldo engañoso con intereses de soledad.

Heridas abiertas, monederos vacíos. Sanidad acribillada sin intermediarios yodados, para que las heridas no cicatricen, para que sean más dramáticas las miles de circunstancias que ya habitaban en los cuerpos enfermos, en las mentes sumergidas en depresiones desabrigadas cubierta sólo por una fina capa de economía sumergida con la que se puede ir tirando para poner un plato de comida sobre la mesa, en una casa, en un hogar. Si hay mesa, si hay casa, si hay hogar.

 

Mientras, Rato, consigue un puesto de trabajo cuya remuneración será incontable. Sin pasar por la cola del paro, sin catar las rejas de los delitos. Hoy, el ladrón, ¿tiene cien años de perdón?

Yo recuerdo que existía un código moral, una conciencia.

El hambre no es prorrogable y tampoco prescribe. Recordemos esto por si nos empobrecen la memoria.

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