Los eventos deportivos contribuyen al hermanamiento y cohesión de los pueblos. Eso se vio claro estos días atrás en que Antequera fue el epicentro del Balonmano.
Un hecho análogo sirve de pretexto para una gran película («Invictus», de Clint Eastwood) que recrea la salida de la cárcel y llegada a la presidencia de Sudáfrica de Nelson Mandela, el año (1996) en que fue país anfitrión de la liga mundial de Rugby. Contra todo pronóstico, la Selección de un deporte de blancos en un país de mayoría negra salió ganadora, y el pueblo se dio un baño de identidad nacional por encima de las diferencias. Buena parte del triunfo fue del Presidente Mandela y su capacidad de transmitir entusiasmo.
Pero lo sustancial del filme no es el éxito político-deportivo sino la hazaña de sobrevivir al odio después de 27 años preso por un régimen racista y salir nuevo –como el que resucita– de aquel agujero ¡para ser artífice de la convivencia!
Esta espléndida lección de ciudadanía…¡en un cine vacío! es la metáfora perfecta de la desmemoria histórica de este país nuestro, que cada dos por tres necesita agitar sus fantasmas. Mandela, cargó con las dos Sudáfricas para hacer una. Martín Lutero King hizo lo propio con la América blanca y negra. Aquí tuvimos a Suárez, Tarancón (nuestro particular Desmond Tutu) Juan Carlos I, y a una serie de hombres de generosidad y valor que tuvieron la gloriosa tarea de refundar el Estado trascendiendo la dialéctica terrorífica de las dos Españas. Ese histórico triunfo debió ser nuestro definitivo «Invictus», pero aquí hay cabezas que se hacen su película –usando la ideología como adrenalina– empeñadas en hacer verdad el dicho aquél de Madariaga según el cual una guerra civil dura cien años. Pues ya queda menos.