¿A qué? A recibir el premio Cervantes que le fue concedido cuando rondaba la friolera de noventa y seis años. ¿No se pensó en él con antelación? ¿Para qué un premio cuando la vejez tiene olvidados los versos que supo transmitir no exentos de polémica y sacudidas? Siempre eterno aspirante al Nobel y curiosamente éste fue a parar a Dylan, que como el poeta Parra, buscaba provocar el enfado e ingenuidad, sin olvidar la belleza de las palabras.
No llegaron los galardones merecidos. Pero sí el día de gloria, su muerte ha sido más difundida que la puesta en marcha del nuevo gobierno chileno. Coincidencias que la vida sella para mantener viva la llama de su recuerdo. Y si su valía como poeta es indiscutible, ser el progenitor de una familia de artistas ha sido un honor que ha llevado con una discreción fuera de toda duda. “El gracias a la vida “ de su hermana Violeta será tema siempre de actualidad y para las generaciones venideras. Y todo su arte surgido y cobijado bajo el paraguas de la sencillez y lo cotidiano.
Los premios tardan en llegar y a veces se quedan olvidados en las alacenas del recuerdo o, simplemente, equivocan el camino de entrega. Si embargo el bien hacer, el verso bien estructurado y sentido, la belleza que se adueña de él es atemporal, ni llega ni se va, surge en la mente privilegiada del artista. Y cada premio a nuestras letras castellanas, que ya son muchos, muchísimos los que las usan para comunicarse, es un paso adelante en nuestra cultura, forma de pensar y creencias.
Me alegré de verdad, de sentimiento titilando cuando vi a Curro recoger el premio Cardenal Herrera. Todo el mundo sabe que es un premio de la Iglesia, se entrega al finalizar la Eucaristía, a los comunicadores que hablan de la Iglesia sin temor, con fe y convencimiento de cristiano. Cualidades sobradas en nuestro director, y me atrevo a decir que forma parte de mí con orgullo. Veintidós años que llevo colaborando no es flor de un día. Curro está dando signos de ser un magnífico director, apenas ha comenzado el camino. ¡Enhorabuena!