El Museo Nacional de Brasil ha resultado ser una ineficaz custodia de piezas inigualables cuya destrucción ha generado una absoluta indignación internacional y, especialmente, en los propios cariocas. Sin embargo, muy pocos locales lo visitaban y, por ejemplo, en 2017 fueron más los brasileños que visitaron el Louvre de París que el, hoy valorado, desaparecido. Menos aún eran las voces, –ciudadanas y políticas– que se escandalizaban por los pocos medios que a esta institución se le venían dedicando: La cultura es algo muy respetado socialmente siempre que no cueste dinero, porque, pagar por ella es, paradójicamente, de lo que más nos cuesta.
Gran revuelo se ha levantado porque el vano central del Arco de Estepa ha amanecido con una lona publicitaria, resultando incomprensible que las anteriores e idénticas propagandas –del Antequera Light Festival, de la Feria, de Navidad o del Patrón de la Ciudad, entre otras– no generaran tal indignación ni se consideraran un atentado patrimonialista tan dañino: la publicidad comercial es socialmente espuria pero, siendo realistas, es tan lesiva como cualquier otra. Personalmente, me alegro muchísimo de la indignación por esta publicidad porque nos puede hacer reflexionar sobre una situación que, en mi opinión, es mucho más complicada.
Antequera tiene un creciente y muy importante problema con la publicidad: Es caótica y desordenada y, por ello, estamos llenando nuestro Conjunto Histórico de rótulos cada vez más invasivos, llamativos, discordes y feos que impiden la comprensión de nuestra joya urbana. No se vende más por tener un rótulo más grande o discordante pese al gran daño que genera. Por ello, necesitamos un acuerdo global sobre este punto porque, seguro que como más vendemos es teniendo un entorno cuidado y ordenado. ¡Qué bonita sería Antequera si todos los rótulos fuesen discretos y uniformes!
