Amén de haber descubierto que la familia Borbón defraudaba a troche y moche y por supuesto no se daba cuenta, estos días hemos tenido a un Rosell, presidente de la patronal anunciando, sin que le temblara la voz ni el flequillo que nos olvidemos del trabajo, de los contratos indefinidos y del siglo XIX, yo más bien diría del siglo XX, porque el indefinido “ya es parte de la historia” que ahora lo que toca es no tener trabajo, o tenerlo muy precario, tanto que aún así no tengamos para comer o cubrir las necesidades básicas y esto es artículo de primera clase en nuestra Constitución.
¿Hay alguna mano negra del gobierno en funciones detrás de estas palabras? ¿Está soltando Rosell lo que le han dicho que vaya dejando por el camino? Y a todo esto, ¿nos resignamos, no se puede hacer nada? Pues claro que se puede. Nada es inapelable.
En el siglo XIX lo que se fundó fue el estado de derecho, el estado social, después de la revolución obrera que comenzó en Reino Unido y que se extendió por toda Europa. Vamos a poner la historia en su sitio señor Rosell y compañía.
Recordemos que la clase obrera, somos mayoría absoluta y estamos aquí, no hemos desaparecido. Si desapareciéramos qué sería de los empresarios, de los gobernantes de los que viven en la cumbre del poder.
Saben, me gustaría hablar de la llegada del verano de las flores caídas de las jacarandas y del viento solano, pero como ciudadana de un país que hace aguas de corrupción por los cuatro costados , una España que se ha arruinado por culpa de ladrones con nombres y apellidos que campan a sus anchas, yo, qué quieren que les diga, se me atraganta la primavera y la poesía se me vuelve prosa amarga.
