Hoy les quiero hacer partícipes de lo acontecido en uno de esos plenilunios. Con la bermeja luz de los últimos rayos solares, habíamos elegido el adecuado espacio natural.
El trecho de terreno comprendido entre la ubicación de nuestro «salón comedor» y el vehículo que nos permitiría el regreso cuando la Luna ya estuviese en todo lo alto, lo hemos pateado fijando en nuestra memoria cada matorral, cada piedra, cada recoveco, con la intención de no tener que hacer uso de ninguna luz artificial a la hora del regreso.
Extendido y adornado el mantel con las pitanzas que habrían de reponer la energía consumida para acceder hasta el insólito e improvisado refectorio y pensando en las calorías que habríamos de quemar, durante la «sobremesa» y vuelta hasta el hogar, nos disponemos a esperar visualizando los últimos fulgores de luz Solar.
Y… «Cuando se acuesta Lorenzo, se levanta Catalina…. ¡Pero mira! ¡Pero mira! ¡Pero miraaa… Mírameee»! Así discurre la letra de la famosa canción cuyo autor desconozco. Y la miro. Ella emerge, en silencio, mágica, majestuosa, redonda. La nacarada luz del espejo lunar está iluminando el rostro de Ella, la… mi compañera de tan sencilla cena, la reflectada luz solar ha iluminado su semblante. Ha merecido la pena el pequeño esfuerzo de trasladar las viandas hasta lugar tan bucólico y afable, es un simple, pero cargado de mucho afecto, homenaje a su belleza, a su gracia seductora, a la especial viveza y brillo de sus ojos de los cuales la Luna llena, que acaba de aparecer en el horizonte, está sintiendo envidia. Sí. Lo he detectado cuando de nuevo he vuelto la mirada hacia el satélite terrestre.
A la luz de la Luna nos disponemos a deleitarnos con nuestras miradas. A entretenernos con la ingesta de la sabrosa «cena» mientras los grillos cantan y algún que otro avión cruza el estrellado cielo buscando el aeropuerto donde bajará a los ilusionados y deseosos por pisar tierra, turistas que viajan en su interior. ¿Habrán cenado? Seguramente. Pero con cubiertos de plástico. ¡Andaaaaa! ¡Los cubiertos! Y ahora… ¿Qué hacemos? Sí, a pesar de estar en plena naturaleza, los cubiertos también han venido.
La plateada luz de nuestro satélite da un tono mágico al improvisado picnic…. Zanahoria, tomate, fruta, nueces, algo de jamón, pastelillos, dulce de membrillo y el rosco carrero.
Las miradas se cruzan, los ojos adquieren un especial brillo, el pensamiento se nos va a la búsqueda de visionar algún destello o brillo fugaz de alguna estrella. ¡Termina de cenar, cuidado no se te vaya la comida hacia la faringe! El seco y fugaz «maullido» de un mochuelo nos hace fijar de nuevo nuestra atención en lo que está ocurriendo en derredor nuestra, el sonido de alguna lejana cencerra nos llega con la suave brisa del sur. A lo lejos una fila de lucecitas a modo de luciérnaga se está desplazando por entre las piedras. Es un grupo de personas que han elegido la noche de Luna llena para visitar El Torcal. Cachis…. No callan, aún en la distancia el cotorreo está alertando a cuantas formas de vida diurna y nocturna pueblan El Torcal. Se alejan, han pasado por las cercanías del Peñón de Pizarro y se difuminan tras el Puerto de las Chispas.
La plateada luz de nuestro satélite da un tono mágico al improvisado picnic…. Zanahoria, tomate, fruta, nueces, algo de jamón, pastelillos, dulce de membrillo y el rosco carrero. Las miradas se cruzan, los ojos adquieren un especial brillo, el pensamiento…
¡Deliciosa sobremesa! Exaltada programación la que nos ofrece la vista del deslumbrante y estrellado firmamento.
Hay que recoger, no debe quedar ni rastro de nuestra estancia en tan excelso y selecto espacio, Noooo…. Las cáscaras de las nueces. ¡Tampoco! Y no enciendas la linterna… pues eso… te agarras «panocaete».