«Al principio fue el miedo», dijo Cortázar hablando de Edgar Allan Poe.
Oigo los gritos de los seguidores del Madrid. Alegría, un rato de amigos, una cerveza y durante un escaso tiempo, se anestesian los problemas con el triunfo de los triunfadores, con la satisfacción de que al menos algo sale adelante en esta vida que nos han impuesto.
Llevo días sin leer la prensa, sin ver un informativo. ¡Qué hastío vano! Apagué la prensa para comprobar si así me liberaba de las palabras huecas y de los oídos sordos. No me sirve de nada. Paseo por la playa y oigo las noticias recién salidas de las mentes tostadas o ligeramente rosas (ay, duelen) aceitunadas, oleosas, sufridas, tostadas, envueltas en toallas de mercadillo.
Todos hablan de septiembre. Hay un batiburrillo de palabras que compiten en variedad y precio con el marroquí, que viaja todos los días por la arena hirviendo, con la maleta llena de relojes y pareos. El lenguaje parece el de siempre, pero a poco que te pares, detectas nuevos adjetivos, renovados sinónimos, nuevas inflexiones en la voz. Una odisea se eleva sobre la calima, traspasa el terral, se sumerge en las mentes y organiza las neuronas.
No sé como hubiese narrado Homero su Odisea en estos días, pero el canto de las sirenas se le hubiera quedado como juego de niños a Ulises, frente a los cánticos que se enredan y se quedan, anunciando que Penélope nunca acabará de tejer su manto, porque Ulises tiene para rato. Arreglar lo que hay y lo que se avecina tiene más de un tomo. Esto lleva trazas de enciclopedia.
Digo yo, que ha debido de ganar la copa el Madrid, porque oigo cohetes y claxon a tope.
Sigo escribiendo, ahora en silencio, al lado del mar que me anuncia ligero oleaje para mañana. ¿Mañana? Y eso ¿cuándo es?