¿Por qué me he quedado con la boca abierta al ver recoger colillas a un hombre por la calle? Fue esta mañana y parecía que había vuelto a mi infancia.
Oigo un ruido infernal en la noche. Hace un buen rato que oigo la lluvia y el fuerte viento azotar sin piedad los árboles de la avenida. Sin conformarse con el ruido, el vendaval ha partido en dos una palmera justo delante de mi casa. Todo su grácil tronco se encuentra caído en el carril bus.
En unos minutos llegan los bomberos y comienzan a cortarlo en trozos. La palmera vigía queda hecha trizas en menos de quince minutos. Se iluminan las vecinas ventanas. Curiosos mirando. Son las dos de la mañana. Yo estoy.
Vuelve el silencio. Sigo garabateando al cobijo de mis visillos. Únicamente con la tenue luz de una lamparilla que comparte conmigo estas horas nocturnas. Sólo oigo las teclas y el viento que no amaina.
¡Vaya! El texto que estoy escribiendo no me gusta. Voy a necesitar unas tijeras imaginarias para cortar, rehacer o eliminar definitivamente. Sé que a este monólogo interior de mi personaje, Diego, le falta algo. Creo que tiene miedo de convertirse en un personaje real. Teme que pueda cambiar su pensamiento, su vida en cierto modo tranquila por la realidad de aquí fuera.
Tal vez lo asuste y lo ponga a recoger colillas, lo degrade al nivel más bajo de ser humano. Tal vez consiga que él mismo se reescriba y me ahorre el trabajo. Pero los dos sabemos que no será así. ¿Quién puede engañar a quién? Se va la luz y con ella mi personaje. Mañana será otro día.