Veo en Televisión dos ejemplos de cómo la gente entiende la limpieza de los espacios públicos. El primero es de Estonia. Siendo república soviética salía más barato el desorden de los vertederos incontrolados. Hoy se han puesto en acción varios miles de voluntarios hasta dejar el país como los chorros del oro. Y entre otras cosas ha salido ganando la conciencia de país.
El otro ejemplo es de India: la basura en las calles convive con la atención en exclusiva al espacio doméstico. Pero lo tremendo es la explicación: ¡el milenario sistema de castas metió en las conciencias que ciertos trabajos rebajan al que los realiza! Así que limpio mi casita y, a la calle que le den morcilla.
De lo que resulta que la auténtica basura es la ideología cateta de que detrás de mí ha de haber un criado recogiendo lo que tiro… porque uno no está para según qué cosas. Un acertijo de nuestra infancia comenzaba diciendo: «blanco es, la gallina lo pone…», y terminaba: «…y a la calle se tiran los cascarones» ¡pero es que la basura de antes era casi en su totalidad biodegradable! Hoy, en cambio, vidrio, latas y plásticos polucionan el último rincón del mundo, y el espectáculo de personas en medio de la basura moderna –resistente a soles y lluvias– es desalentador.
¿Hay algún valiente que recoja sus restos del botellón y los deje en el contenedor? No hay un sitio bonito en el campo, de esos de ir con la familia, que no se convierta en muladar. Alguno llega a recoger sus cosas en una bolsa, pero ¡¡la deja allí!! ¿Cómo iba a rebajarse llevándosela? Así que no hay que buscar ejemplos en la India; en el entorno de Antequera, el incivismo cateto crea puntos negros de su paso. Ahí va uno de ellos: confluencia del Camino de los Almendros con la A-7283 ¿Se hará algo?