Me gusta el otoño, su colores matizados de restos del verano y adelantos de invierno, de marrones pardos y verdes secos que se desprenden de su hogar para alfombrar el suelo. La noche tiene prisa por llegar y huele a sueños y melancolía. Todo se suaviza; la temperatura, la vida en la calle que impone el estío y se vuelve a esa normalidad tan necesaria en nuestras vidas. Adoro la rutina que me permite tener tiempo para obligaciones, ocio, relaciones, proyectos y sentarme delante de un ordenador para contarle lo que palpo a mi alrededor y hacer partícipes a una serie de personas con las que puedo o no coincidir.
Tiempo para ver la tele, el aparatillo salta en segundos dando la vuelta a todas las cadenas. Casi coincidentes, el tema catalán llena toda la pantalla, es un pulso al gobierno de la Nación que de puro milagro no alterará la flema de Mariano Rajoy. Los catalanes deben estar bien organizados para hacer presión, demasiado impasibles cayéndoles chorros de agua. No me preocupa el tema lo más mínimo, pero debería darle la solución quien les puso alas para volar y ahora otro tiene que hacer uso de las tijeras. Todo político, desde el más pequeño, tiene que ser responsable de sus actos y gestión. No teníamos que permitir, en modo alguno, que salieran de rositas sin responder de sus decisiones ni de los dineros públicos. ¿Qué ley de transparencia se ha votado? Si aún queda margen para los pillos.