Un segundo, solo un segundo para reconocer una banda sonora, una canción, un sonido familiar. Allí quieto en el cuadro que Irvin Wiles había pintado al final de un siglo que decaía de una forma alarmante. Detenido en un óleo que había que restaurar y que mostraba el paso del tiempo,incluso el piano que también se había trazado junto al hombre, parecía desafinado y confuso, aun sabiendo los dos, hombre y piano, que la música es el sonido más inequívoco para conseguir un estado de ánimo vivaz. Momentos felices enredados en notas que hacen crecer la seguridad en uno mismo y que resulta tan primordial para habitar la vida. ¿Pueden imaginar esa pintura?, ¿a qué les suena?
Aquel hombre había elegido hacía mucho tiempo sus partituras, sin embargo el pintor no quiso mostrar su rostro al mundo y creó en torno a sus facciones una zona de sombras. Las luces las dejó para la partitura. Si acercamos la cámara al papel impreso que reposa en el atril del piano no podremos saber que música está sonando, hay tanta luz, que las notas se pierden en el blanco pautado.
Si nos detenemos unos instantes a contemplarlo, está en el MoMA de New York, podremos intuir una historia sobre esa música que despierta la mente del concertista desconocido. Tal vez él no supiera por aquel entonces que sus ondas cerebrales estaban llenas de estímulos creativos, lo que conseguía una concentración extraordinaria en aquella música ya eterna, interpretada una y otra vez por cada mirada de los visitantes al museo.
Cada uno de ellos puede crear su propia melodía, mientras el artista concebía la suya liberando las endorfinas de su mente, creando un espacio infinito para el aprendizaje y la memoria. Fíjense lo que puede crear la música real, pintada sobre óleo o imaginaria. Todo un mundo sereno que hace que nuestro corazón se llene de emociones diversas.
