Ella vive en Londres. Se maquilló para que él no le pegara, no le cruzara la cara cuando volviera del partido de fútbol, para que no la maltratara demasiado. Oyó la voz de la televisión, como en un eco lejano, que los ingleses habían perdido y entonces supo que no le daría un guantazo o dos, no, le pegaría una paliza mortal.
Mientras tanto en Wembley se amontonaban las personas para ver el partido, la final de la Copa de Europa frente a Italia. Un estadio que tiene un aforo para 90.000 espectadores. Grieta en la seguridad, barbarismo, ataque sin calificativos aunque los tiene todos. Sobrecogedoras, tacha The Mirror las escenas que se presenciaron, perdonen que insista pero más que sobrecogedora aquellos fue una barbarie. Avalanchas y caos. Parece ser que el fútbol, este deporte se lo merece todo, vamos que ya nos olvidaremos de lo que vimos aunque aquello se convirtiera en una zona de guerra como lo ha llamado The Guardian.
Aparte de las atrocidades cometidas por ultras y no ultras, y de las amenazas con cuchillos, agresiones y acosos sexuales, otro fallo grave en seguridad probablemente, la presencia del Covid fue ignorada porque a este deporte y a sus seguidores parece que no les afecta el virus. Sin embrago, esta semana el Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC) ha registrado 2. 500 contagios de coronavirus relacionados de manera muy directa con la celebración de la Eurocopa empezando por Alemania. Vaticinan que habrá más claro.
La UEFA presionó y amenazó para que los partidos de semifinales y la final se jugaran en Budapest donde el gobierno húngaro pone mangas anchas a la entrada de todo el mundo. Ahí queda eso.
Ella ha cogido finalmente un taxi para irse a una casa de una mujer de las muchas que ofrecen sus casa esta noche, la del partido, le ha ofrecido un refugio para estar lejos de su maltratador. Esta vez ella no será la víctima.