No sabemos cómo empezar este texto para deciros que nuestro padre se ha ido y ha dejado en nosotros, su familia, un vacío tan tremendo que solo puede llenarlo, y es nuestro consuelo, pensar que Santa Eufemia, precisamente el día de su festividad como patrona de Antequera, decidió llevarse con ella a nuestro padre, Francisco Rodríguez Sánchez, Paco Rodríguez, “el carpintero de la calle Los Tintes” para los amigos.
A pesar de haber fallecido con 88 años, ¡tenía tantas ganas de vivir! Aunque desde hace algunos años vivía ya casi en “su mundo”, seguía teniendo un único objetivo ponerse bien para poder volver a pintar como antes sus cuadros de paisajes de Antequera, incluso volver con sus antiguos compañeros del grupo de Voluntarios Culturales Mayores, con los que tanto disfrutó mostrando a los visitantes que llegaban a la ciudad, cada rincón de nuestro patrimonio.
A diario ejercitaba la escritura, con una caligrafía perfecta y clásica hasta el mismo día en que nos dejó. Hasta ese mismo día, con una increíble habilidad. Aquí no nos podemos olvidar de ese gran pilar tan importante para todas las familias, como es el papel de la madre, en este caso la nuestra, Socorrita, Soco como todos sus nietos la llaman, ha tenido una vida de dedicación plena a su familia, intensificada en estos últimos años con los cuidados a papá, del que no ha querido separarse ni un segundo hasta el final.
Pero sin duda, aparte de escribir, pintar, y ser gran conocedor del patrimonio antequerano, su verdadera pasión fue participar como voluntario en la Agrupación Local de Protección Civil de Antequera, por ello el 6 de diciembre de 2007, en Isla Cristina, recibió de manos de la Consejera de Justicia de la Junta de Andalucía, la mención especial otorgada a nuestro padre, basada, como textualmente aparece en el reconocimiento: ”En ser el voluntario en activo más veterano de Andalucía, después de más de 30 años de trabajo en la Agrupación Municipal de Voluntarios de Protección Civil de Antequera. También guía turístico voluntario, entre otras actividades”. Entonces mi padre tenía 77 años.
Incansable trabajador, hijo de María y Enrique, junto a sus nueve hermanos tuvo una infancia muy difícil, pero feliz, viviendo en el Henchidero y después en el estanco de la Plaza de Abastos. Artista de vocación, estudió en la Escuela de Artes y Oficios de Antequera, posteriormente y sin abandonar su pasión por la pintura, las letras y el conocimiento de la ciudad, se estableció como reconocido carpintero y ebanista, oficio que dignificó hasta que en un accidente con un trozo de esa madera que con tanta destreza manejaba y transformaba, le hizo estar a punto de perder un ojo. Así fue como el destino le fue llevando a desempeñar diversas tareas como trabajador municipal, y guía del museo de la ciudad.
Todo aquel que conocía a nuestro padre, “el Paco” como solían llamarle sus seis nietos, a los que adoraba, saben que fue siempre un hombre recto, culto y educado, que vivió siempre para su familia, pero también quiso compartir con su ciudad, Antequera, las muchas capacidades que tenía y que intensificó en sus últimos años en activo.
Como además de sus voluntariados, dedicaba mucho tiempo a su pasión por la pintura, que realizaba con gran destreza y poniendo empeño en cada detalle, sus tres hijos, Enrique, María Jesús y Coqui (por quienes se desvivió hasta el límite mientras pudo, dándonos a todos unos estudios universitarios que le llenaban de gran orgullo), tenemos la suerte de tener adornadas las paredes de nuestras casas con preciosos dibujos enmarcados que él hacía con portaminas (el único recurso que podía mostrar el detalle casi fotográfico que a él le gustaba plasmar), de sus rincones preferidos de Antequera, sobre todo Santa María, El Reloj, la Peña de los Enamorados y la Cueva de Menga, además de tres acuarelas idénticas para los tres hijos, cada una con un fondo de paisaje antequerano diferente.
Para hacer esas preciosas obras de arte, que para nosotros tienen más valor que “un Picasso”, se documentaba bien, hacía mil fotografías, buscaba libros de arte… lo que él hacía, lo hacía con empeño y bien, hasta que llegó el momento de partir para reencontrarse allí arriba con sus padres y sus hermanos y con quienes nos han dejado más recientemente: tito Antonio, Juan Martínez, Encarna y nuestro querido Amigo Ángel Guerrero, quien estaría esperándolo en la puerta del cielo para mostrarle magistralmente cada rincón de ese bello lugar, en el que creemos. Al irse, nos ha dejado a todos tristes, pero con el consuelo de haberlo hecho casi sin darse cuenta, con gran paz.
El 28 de febrero de 2003, con motivo del Día de Andalucía, recogió en nombre de La Agrupación Local de Protección Civil de Antequera el Efebo que el Ayuntamiento con-cedió a esta Institución Predilecta, a la que él se sentía tan orgulloso de pertenecer, y en el año 2009, sus compañeros de la Agrupación le ofrecieron un homenaje de des-pedida, en el que le dedicaron un poema que ahora queremos hacer nuestro.
Así decía textualmente: “Como símbolo de nuestra admiración y gratitud”:
Salió al alba y apretó su tiempo.
Atrás su casa; afuera, el mundo:
Ojos tristes bajo la lluvia intensa.
Gente sola, pérdida en el silencio.
De sus alas rotas.
Aquí mi mano, dijo. Y se ofreció
a los otros. Sin miedos, sin reservas
Como se ofrece el viento
al fulgor del otoño.
Hasta siempre, papá. Te queremos mucho.
ENRIQUE, COQUI Y MARÍA JESÚSRODRÍGUEZ BECERRA