Llovía. Así es como París huele mejor, al menos es lo que decía Haudrey Hepburn en la película Sabrina a un aburrido y serio hombre de negocios que se llamaba Linus y que llevó a la pantalla magistralmente un Humphrey Bogart un tanto maduro “cuando llegues a París, encarga lluvia, un hombre tan rico puede hacerlo”.
Se había prometido espectáculo pero no intensas lluvias, se había prometido exhibiciones, pero no un chaparrón de horas. Agua de lluvia sobre los atletas, agua de lluvia chapoteando sobre la corriente del Sena, chaparrón intenso que ha sacado a la luz la contaminación del emblemático río. La inversión de 1.400 millones de euros, no ha bastado para cubrir, tapar los descosidos de estas aguas que recorren cerca de 777 kilómetros, cifra esotérica. Tres días sin competiciones en el cauce fluvial. El agua no es apta, es insalubre. Aguas negras, a bocajarro en el Sena.
Desfile de deportistas, abanderados, de nombres míticos sobre las cubiertas de los barcos que recorrían el Sena. Banderas hondeadas y muy mojadas, hacían lo que podían para dar colorido a la gran fiesta del deporte. Chubasqueros por los que cían litros de agua, diseños de uniformidad calados hasta las costuras. Himnos pasados por agua.
Nadal en el relevo de la antorcha, fue mi momento de emoción. El encendido de la antorcha es uno de mis momentos favoritos. Es la luz que se eleva por encima de los sentimientos humanos. Piano flotante y dos voces de excepción, Lady Gaga con una extraordinaria performance como espectáculo de comienzo y las cuerdas vocales y la emoción intensa de Celine Dion interpretando L´hymne à l´amour .
La Torre Eiffel fiel vigilante de la algarabía terrenal y acuática. Cinco aros blancos iluminando la noche. Después de 100 años, volvía a París la antorcha de los juegos. Nada deja indiferente a nadie. Ahora competiciones y medallas. Muchos sueños hechos realidad. Good look!!
