No trato de hablar de Jorge Manrique, si no de un cronista incansable que hizo de su ciudad una constante noticia. Demostrando en cada momento lo mucho que la quería y legando su impagable trabajo a la posteridad que siempre estará agradecida a un espíritu inquieto, luchador, obstinado y generoso.
La casualidad y quizá, la búsqueda de sosiego a mi ansiedad, me puso a emborronar cuartillas de frases, que si en un principio parecían incoherentes, el tiempo y mi dedicación comenzaron a darle forma y me sorprendí plasmando lo que ocurría a mi alrededor.
Sin darme cuenta acudía puntualmente a la cita semanal donde esperaban mis líneas inconexas y observantes, y no pocas veces bravuconas. Se convirtieron en una necesidad; y “El Sol” y servidora, enfilamos una trayectoria hace más de veinte años. Llegaba a la Redacción con mi disquete en mano, y aunque la tecnología de hoy día ha facilitado el trabajo, desde casa tenemos el mundo a disposición en cualquier instante, nunca hemos dejado enfriar la relación y mi cita con el disparadero (Curro no lo pudo definir mejor) sigue tan ilusionante como entonces.
Y ese entonces es Ángel siempre enfrascado con su sección tratando de pergeñar las ideas de la manera más clarificadora posible y entendible al lector. La habilidad que no pudo darle la universidad, se la dieron los años y un innato sentido de comunicador. Aún me parece percibir su figura grande y su andar pausado con sus característicos quiebros y cámara en ristre formando parte de su vestuario.
Tantas pequeñas y grandes anécdotas que se hacen casi imposible recordar. Muchos momentos felices y algunos, no tanto, como siempre productos de mi osadía. Le gustaba referirme la estrecha amistad que mantenía con mi progenitor desde sus tiempos en la John Deere.
Sentí el calor de su afecto de manera indescriptible cuando supo que el cáncer había venido a visitarme. Sus fornidos brazos apretaron los míos en un gesto que no admitía palabras. Años después me comunicaba que la misma visita había llegado a casa de su hijo. Nos invadió una gran tristeza. Él era su padre y yo conocía perfectamente el calvario que aquél tendría que atravesar si quería ver la luz. Siempre he pensado y escrito más de una vez lo que une el dolor. Y supimos sacar felicidad a nuestras debilidades. Viene a colación un extracto del discurso de Leonard Cohen cuando recogió en el 2011 el premio Príncipe de Asturias: “Nunca lamentar. Y si queremos expresar la derrota tiene que ser en los confines estrictos de la dignidad”.
Ángel fue siempre positivo, y conocía bien el sabor agridulce que es la vida. Pero por encima de todo fue apoyo y espejo para su familia, para Curro donde se mira cada día para continuar con la pasión del periodismo que aprendió en casa. Sabe, porque su padre se lo machacó muchas veces, que una ciudad que cada día escribe su acontecer, está viva, se mueve y se asoma a la ventana del mundo. Y Ángel lo hizo, durante muchos años con magníficos logros que sólo lo pueden dar la disciplina y un alma inquieta.
Nunca lo vi arrendarse a nadie y siendo un verdadero ensalzador de las cualidades ajenas, rechazaba las palabras de papel, huecas. No era jactancioso, pero le enorgullecía ser el contador por excelencia de las noticias locales. Tenían sus pasiones, Semana Santa y Toros, pero cualquier acontecimiento le venía bien, excepto lo obituarios de amigos que le precedieron en la partida.
Toca los homenajes, recordatorios más conocidos y menos que se harán presentes a lo largo de este año. Se entremeterá el disfrute y alguna parafernalia de quienes se empeñan en aparecer cuando menos falta hace. El más sentido será de su ciudad a un hijo privilegiado por dejarle conocer todos sus secretos.
Mientras todos hablan de homenaje póstumo al cronista, prefiero convencerme de que ahora comienzas a vivir tu historia. El Centenario del Periódico será tu legado más preciado. Y tu triunfo, hacer que el cumpleaños feliz suene con fuerza para mayor gloria y honor de tu Antequera. En nuestro recuerdo tu voz, en nuestro corazón tu generosidad y en el alma, el agradecimiento de enseñarnos a querer y disfrutar el privilegio de vivir en esta tierra.
Se echará el telón de una etapa y simultáneamente subirá otro que inicia su andadura en solitario, tan capaz como la anterior, con sello propio, ideas claras y criterio firme. De casta le viene al galgo, la vida continúa y la noticia para ser recogida. Y sigan caminando a buen ritmo los hechos concatenados o solitarios que se produzcan. El periódico seguirá buscándose para ojearlo con más o menos detenimiento. Es curioso, se hace querer y ello le permitirá seguir viviendo. ¡FELIZ CENTENARIO!