Los romanos fueron muy hábiles para entender la psicología humana colectiva. Y han sido copiados por todo tipo de dirigentes, de uno y otro pensamiento, desde el demócrata más cercano al dictador que ejerce su poder alejado y protegido por su grupo de leales bien pagados. Siempre, los baños de masas han ejercido una influencia positiva en todos. Se para el reloj de los problemas, de los conflictos bélicos en los que estamos inmersos casi todo el planeta, aunque por motivos bien distintos. Se juega a la distracción para evitar que muchos parados den la lata por un derecho constitucional que les pertenece. Se adormece la crítica que mantiene viva la llama del juego político, hasta tal punto, que la noticia más interesante son las porras que se hacen en el congreso entre los diputados para ver quién será el equipo ganador. O sea, que nos conformamos con muy poco, que le servimos en bandeja a nuestros dirigentes nuestra falta de criterio, razonamiento y enjuiciamiento para que ellos jueguen como les venga en gana. A cambio nos regalan fantasía, irrealidades que no se sostienen ni en el papel de sus discursos, promesas que se lleva el viento a un lugar seguro para que no vengan de vuelta y se crean obligados a cumplirlas y mucho ruido, para que la distracción siempre esté en primer plano.
Nos hemos acostumbrado al espectáculo, a vociferar a coro para ver si llega a alguna parte su eco, a olvidarnos de quienes tienen unas condiciones desfavorables para vivir, y a tomarnos injusticias y atropellos a broma como si fuera el chiste más gracioso que nos acaban de contar.
Pero el fútbol nos salva, nos mueve la capacidad de elegir libremente, y nos mantiene atentos al debate nacional, mucho más interesante que el que hacen nuestros políticos. Éstos tendrían que aprender algo.
