lunes 17 marzo 2025

PENAM

Releía esta semana el libro La riqueza que el dinero no puede comprar (Grijalbo, 2024), y me confirmaba en la conclusión de que, si hay un autor que ha sabido abordar el desarrollo personal con claridad y profundidad como pocos, ese es Robin Sharma. Conocido mundialmente por El monje que vendió su Ferrari y El Club de las 5 de la mañana, Sharma ha dedicado su carrera a estudiar el liderazgo, la disciplina y el crecimiento personal buscando el cambio o promoviendo una vida con propósitos acordes a la realidad de esta sociedad que nos incluye, como si fuéramos un ridículo grano de arena en el pinar del Torre Hacho.

Uno de los capítulos más destacados es el que aborda el principio PENAM, que desglosa las cinco principales fuentes de influencia que moldean nuestra forma de pensar y actuar: Padres, Entorno, Nación, Asociaciones y Medios de comunicación. Al finalizar la lectura, resulta inevitable preguntarse: ¿cuántas de tus creencias son realmente tuyas y cuántas han sido impuestas sin que apenas te des cuenta?

El principio PENAM nos invita a reflexionar sobre cómo se forman nuestras ideas, hábitos y creencias desde la infancia. Sharma explica que, desde pequeños, estamos expuestos a una programación inconsciente que moldea nuestra visión del mundo. Nuestros padres (P) son la primera gran influencia. A través de sus palabras, acciones y actitudes, nos transmiten sus valores, miedos y aspiraciones. Quizá crecimos escuchando frases como “el dinero es difícil de ganar” o “la estabilidad es lo más importante”. Sin darnos cuenta, estas ideas pueden convertirse en reglas invisibles que determinan nuestras decisiones y limitan nuestras oportunidades, sin que nunca las pongamos en duda.

A continuación, está el entorno (E), que actúa como un molde invisible en nuestra manera de percibir el mundo. No es lo mismo crecer en un hogar donde se fomenta la curiosidad y la educación que en uno donde predominan las carencias y la resignación. Las oportunidades a las que accedemos, los modelos de éxito que observamos y el nivel de seguridad que sentimos en nuestra infancia pueden determinar nuestras aspiraciones. Si nos inculcan que podemos progresar y construir nuestro propio camino, desarrollamos una mentalidad de crecimiento. Pero si, por el contrario, nos enseñan que la vida es dura y que “es mejor conformarse con lo que hay”, nuestras posibilidades pueden quedar limitadas incluso antes de intentarlo. Un tema interesante es valorar la atención y el compromiso social que requieren muchas personas que realmente no llegan a fin de mes, frente a aquellos que optan por acomodarse a los recursos que ofrece el sistema, cuestión que ya requiere un debate más profundo.

El tercer pilar es la nación (N), una influencia que, aunque a veces invisible, está profundamente arraigada. Cada cultura tiene un conjunto de valores, normas y creencias que moldean la mentalidad colectiva. Ya sabemos que, en algunos países, el fracaso se ve como una oportunidad de aprendizaje, mientras que en otros se asocia con vergüenza y estancamiento. Esto afecta directamente la manera en que las personas se atreven, o no, a innovar, emprender y buscar nuevos caminos. La sociedad puede empujarnos a conformarnos con lo ya establecido o, por el contrario, inspirarnos a desafiar los límites y reinventarnos.

Luego están nuestras asociaciones (A), es decir, las personas de las que nos rodeamos. Me encanta cómo Sharma menciona una frase que, aunque repetida, no deja de ser cierta: “Somos el promedio de las cinco personas con las que más tiempo pasamos”. Si esas personas son negativas, críticas o pesimistas, inevitablemente terminamos absorbiendo su visión del mundo. En cambio, si nos rodeamos de individuos que inspiran, nos desafían y nos motivan, nuestro potencial se expande.

Finalmente, los medios de comunicación (M), que han adquirido un poder sin precedentes, al punto de que inquietan más que nunca a la clase política de cualquier nivel. El auge de los mensajes que consumimos a través de redes sociales, televisión y publicidad moldea nuestra visión de la realidad. Nos venden ideales de éxito, belleza y felicidad que, muchas veces, nos dejan insatisfechos con lo que somos y tenemos. Es crucial aprender a filtrar la información que absorbemos y elegir conscientemente lo que alimenta nuestra mente.
El principio PENAM nos obliga a cuestionarnos si realmente estamos viviendo nuestra vida o si simplemente seguimos un guión escrito por otros. La calidad de nuestra existencia depende de nuestra capacidad para reconocer y desafiar esas influencias invisibles que nos condicionan. Lo peor de todo no es solo el hecho de que estamos bajo esas influencias, sino que también podemos ejercer una influencia sesgada sobre los demás.
Sharma nos ofrece una idea poderosa: aunque no podemos cambiar el pasado, sí podemos reescribir el futuro. La clave está en la conciencia, en aprender a distinguir qué creencias nos elevan y cuáles nos limitan. A partir de ahí, podemos rodearnos de personas que nos inspiren, consumir información que nos nutra y, sobre todo, decidir con plena lucidez quién queremos ser.

En última instancia, el mayor acto de libertad no es hacer lo que queremos sin pensar, sino pensar con claridad para saber qué queremos realmente. Porque solo cuando nos atrevemos a cuestionar lo aprendido, podemos empezar a construir una vida verdaderamente nuestra.

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