Hace unos días vivimos el último mes del año, diciembre nos suele traer, además de la Navidad y todas las entrañables fechas que la rodean, una serie de compromisos y celebraciones en torno casi siempre a una buena mesa. Compartir viandas con la Familia en noches tan especiales se ha extendido a otros círculos y grupos sociales. Comida de empresa, encuentro con los amigos, componentes de asociaciones…
Perfectos desconocidos, filme italiano dirigido por Paolo Genovese, que triunfo en 2016 alcanzando varios premios. En España fue reeditado y llevado a pantalla en una nueva versión que dirigió Alex de la Iglesia e interpretado por Belén Rueda y un destacado grupo de actores, consiguiendo otro filme en la misma línea y con similar trama, dando pie de nuevo a un notable éxito de taquilla.
Además en Madrid, actualmente, en el Teatro Reina Victoria, se pone en escena una obra de teatro con el mismo argumento e igualmente titulada, Perfectos Desconocidos.No les voy a desarrollar el contenido. Tampoco les aconsejaría su puesta en práctica, a menos que deseen adentrarse en un muy resbaladizo y sorpresivo juego. La sociedad no está viviendo sus mejores momentos de sinceridad, franqueza o lealtad en la relaciones de pareja.
Si me acercaré más, al grupo de personas que con motivo afín, se reúnen poniendo sobre la mesa, la distinguida intención de compartir unas buenas minutas que alimenten el estómago y den complacencia y gracia a la mente, a través de la indispensable tertulia.
Sobre la mesa y a modo ilustrado en la imagen, yo aconsejaría dejar los móviles. En silencio, calladitos, permitiendo ese rayano y entrañable coloquio, hondo, cariñoso y afectivo que da la cercanía de las personas y… porque no, permitiendo en momentos incluso el silencio.
Dando paso a esa otra comunicación no menos entrañable, como lo es nuestra mirada. Se pueden trasmitir innumerables sensaciones con tan solo la contemplación de la persona adecuada. Hablar del tiempo meteorológico, de política, deporte o temas de la actualidad, es algo que deberíamos dejarlo, dado que para ello ya tenemos a los numerosos medios de comunicación que a diario, nos machacan y embotan la mente con ello.
La comunicación nos ha de servir para algo más, por ejemplo para expresar nuestras emociones, para aprender y compartir desde el respeto, diferentes puntos de vista, dialogando, observando con la intención de aprender, escuchando para empaparnos con otros modos, con otros ángulos de la imagen social, familiar o de pura convivencia, todo ello, enriquecerá nuestro conocimiento y facilitará la capacidad de socializarnos. El afecto es una buena herramienta para iniciar conversación, siendo indicativo de nuestro interés hacia esa persona o compañero, motivándolo a su vez para compartir sus mejores habilidades, sus motivos y acciones que en el día a día le hayan llevado a los mejores momentos del cansino, ingrato y monótono día a día.
Si conversando conseguimos el entretenimiento, encaminado éste al objetivo de la diversión y lo hacemos tratando de llevar a nuestros receptores el conocimiento sincero de nuestras propias experiencias, a nuestra vez igualmente estaremos aportando la posibilidad de experimentar nuevas formas de enfrentar los momentos más encrespados que la vida nos depara, momentos que sí y momentos que no. No debemos tener miedo a desnudar nuestros errores, nuestros aciertos. Si además con todo ello conseguimos el regocijo y la diversión a buen seguro ello se invertirá y nos será devuelto con creces. ¡Sean felices! Y a ser posible dejen de ser unos perfectos desconocidos.