Con este eslogan se está intentado dar la máxima difusión a ese gran Parque Dolménico del cual tenemos la suerte de poder gozar en Antequera. La primera vez que pude contemplar los dólmenes de Menga, Viera y el Romeral me quedé muy impresionado, imagino que como toda aquella persona que por primera vez accede a ellos. Desde entonces a la fecha, mucho han cambiado en su entorno, en la presentación y el esmerado cuidado con que ahora se les mima.
Durante muchos años estuvieron ahí, prácticamente olvidados por la ciudadanía en general, los conocían y sabían de su existencia muchas, (y de muy lejanos lugares), personas, incluso me atrevería a decir, más, de lo que nosotros mismos los conocíamos y valorábamos. En la última década del siglo pasado llegaron las primeras importantes partidas económicas destinadas a su cuidado y conservación. El empuje que actualmente se les está dando es muy determinante de cara a que definitivamente alcancen el valor y la estima mundial, que por su singularidad, grandiosidad y buen estado de conservación se merecen.
En su entorno, allá por los primeros años de la década de los 70, se construyeron las primeras viviendas, junto con un parque de mantenimiento del MOPU. No gustó que se edificaran aquellos bloques de viviendas, hubo que hacerlo casi escondidos detrás de los hangares de maquinaria de obras públicas. Pero la construcción de viviendas, bien es cierto que del otro lado de la vía de acceso y salida de Antequera hacia Malaga y Granada, continuó. Y lo hizo ya sin el respeto y la exigencia en la distancia al Dolmen de Menga, que en un principio se solicitaba. A la Barriada de los Dólmenes, ¡como no su nombre! le siguió otra barriada más y más viviendas que cerraban y unían prácticamente el entorno urbano de Antequera con el propio cementerio y… Los Dólmenes.
En el intento de engrandecerlos con unas instalaciones para crear una especie de aula-museo de interpretación de la evolución y la especie humana… esto es lo que se nos vendía, se construyó un mamotreto de edificio que, aún hoy “casi” no tiene uso. ¿Se imaginan estas instalaciones-oficinas…Sumergidas, enterradas, camufladas bajo un manto de tierra y monte? Claro que para ello habría que haber contado con otro tipo de proyecto, con otra construcción, con otra idea.
No. De ninguna de las maneras, desearía ni en pensamientos que se interpretasen mis, estas letras que hoy aquí, en un espacio que debería estar dedicado al deporte del ciclismo muy en particular, se tomasen como una crítica de un determinado color, ni del otro.
Para nada me mueve ese deseo, me tengo y estoy muy seguro de ello que, la búsqueda de culpables para los posibles errores o atropellos cometidos, en un pasado, no valen para su solución, sí es válido, el buscar soluciones.
En estos días nos están visitando personas que, es su responsabilidad, han de valorar Los Dólmenes y su entorno. La Peña de los Enamorados, El Torcal, para dar ese sí definitivo esa posibilidad, ese reconocimiento mundial a una singularidad propia, que este bendito trozo de tierra andaluza posee.
Cuidemos todos los detalles, aunemos esfuerzos, no por conseguir ser más que nadie, sino por dar a conocer unos valores propios, dar y otorgar unos honores, un reconocimiento y un situar donde se merece todo el esfuerzo y atención que dedicaron aquellos seres milenarios que iniciaron este proceso, creyendo, valorando y creando un entorno del cual hoy podemos seguir disfrutando.
Mi madre siempre me decía y nunca lo he olvidado: Hijo… pobres, pero muy limpios.