Pinceladas encontró un hueco en mi cesta de playa y me lo llevé al mar. Consciente de que tenía que buscar el marco adecuado para entrarme en su lectura. Es un librito que cabe en cualquier sitio, pero al leerlo, hace grande el mundo que nos rodea, porque además de estar intercalado por canciones, poesías, sabios proverbios y retazos de pensamientos de los grandes, cualquier vida puede identificarse en él. Deja aflorar sentimientos de amor, alegría y dolor, que no pocas veces, contribuyen a hacernos más generosos emocionalmente.
Por eso es necesario tenerlo a mano en el lugar idóneo. Desde el primer momento, su lectura se confabula con el Mediterráneo, cuando éste se pone de panza recibiendo el sol de media tarde que lo calma y gratifica, templa sus aguas para que pueda ofrecer un baño reparador. Así son las líneas de Pinceladas, ensoñadoras y complacientes. No hay nada más bonito que dejarnos seducir por los sueños.
Es lo que le ocurrió a don Antonio Alcaide, contemplando una noche de luna llena, la imaginación empezó a manar por todo su cuerpo, e incluso, acariciaba, las fibras sensibles de su alma y se sintió más enamorado del mundo. Y cuando esto ocurre, todo, hasta el relato más costumbrista, adquiere un tono poético.
Pinceladas, tiene color propio, ya nos la adelanta su portada y no tarda nada en aclararnos el error de haber pensado con ligereza. No es producto de la creatividad de un pincel alegre y aniñado, es simplemente, una copia de la naturaleza que siempre es más bella que la más sensible imaginación. Y hay que leerlo poniéndole música y color. Me atrevería a afirmar que esa ha sido la intención del autor y es lo que ha buscado siempre, que le siga ilusionando lo cotidiano. Es una máxima de vida, más en los tiempos que vivimos, en los que la perseverancia, en esa parte de nosotros que nunca ha dejado de ser niña, nos ayude a seguir soñando.