Esta semana la alfombra del Festival de San Sebastián se llenaba de actores y actrices. Llegó sin tapujos. Ella, Juliette Binoche, no necesita unos stilettos para subir a lo alto como actriz, tampoco trabajar en papeles que la convierten en otra persona que no quiere ser, o en la actriz que no es. Por eso ha aprendido a decir no en circunstancias que lo requieran. Todo un arte este de decir NO, seas actriz o persona de caminar sencillo, normal, sin estridencias. Recogió emocionada el Premio Donostia. Su carrera profesional brilla con luz propia. Me llamó la atención su agradecimiento al silencio desde luego a su familia y a todos los que le han ayudado a llegar hasta aquí, pero me llamó poderosamente la atención especialmente ese homenaje al silencio.
Claro que el color de la semana no ha sido de alfombra roja y tal vez haya apagado un poco los demás acontecimientos que transcurren por este mundo, ese color es el negro, dentro y fuera de la Abadía de Westminster. Había muerto la reina. Isabel II, nombrada Reina de todas las reinas, tal vez por su largo reinado, o quizá por su comentado y valorado servicio a su pueblo. No sé, yo pienso que estas personas nacen, crecen, viven y mueren alejadas de la realidad. Puede que el poder y los tronos en los que sientan los distancian del mundanal ruido. Medias negras, vestidos negros, bolsos negros, sombreros negros, con plumas sin plumas, con lazos, sobrios, sobe cabelleras rubias, morenas, canosas. Velos sobre algunos rostros con apellidos de realeza o de presidentes de estado. Chaqué, chisteras, medallas sobre el pecho, kufiyya jordana, y oros complementos. 2.000 personas en las cuentas oficiales. Todo un escaparate en negro. Recepciones, palacios, coches blindados como el llamado bestia de Biden. Una mascarilla quirúrgica en el rostro del vicepresidente chino Wang Qishan. Todos orquestan una concentración de actores bien entrenados para el oficio de llorar si hay que llorar o reír si se tercia y lo manda el protocolo. Guiones aprendidos sin puntos ni comas.