Cuando el nombre de Santa María llegó a mis oídos, todo se volvió especial. Un sentimiento renacentista se apoderó de mí. Contrafuertes, balaustradas ciegas, pináculos, óvalos, medallones… Carpintería gótico-mudéjar en las bóvedas, columnas jónicas, ventanas florentinas… gran luminosidad.
Después de esto ¿qué puedo decir? A partir de aquí, comencé a trazar mi pregón con una luz extraordinaria, no por la sabiduría de mis palabras, sino porque me concedieron el privilegio de hablar del Martes Santo. Piedad y Rescate.
Columnas jónicas que sostienen mi vida, que la convierten en un haz de color cuando a veces solo la contemplo en tonalidades grises antes de que salga la luna. Balaustradas asomadas a la luz del mundo, de éste o de aquel, el que está lejos de nosotros y sin embargo tan cerca que, cuando la mente lo fotografía hace daño, duele. Los elementos ornamentales serán las palabras de los pregoneros, entre los cuales tengo el honor de encontrarme. Recorro con intención de impregnarme de su belleza, de la historia que guarda del fresco viento de la sierra, de la fuerza de las emociones.
Escribo, recito, leo, siento. Siento un universo interior que desgarra o devuelve recuerdos enmarcados en óvalos de yeso que alguien diseñó en otros siglos. Páginas abiertas a la vida y a la temática amplia, pero, a mí se me encomendó la más querida, la de El Rescate. Es la hora de la introspección, del pensamiento nítido, de la luz tamizada en cristaleras trazadas en tres naves hermanas pero desiguales. Pues bien, Santa María, con sus luces y sombras de amanecer o de atardecer joven, acogerá este Pregón Magno. Dejemos pasar las sombras sin sentido, la algarabía de las penas. Quedémonos con nuestros escritores pregoneros o pregoneras, con su vida, sus sentimientos, sus palabras, y que salga el sol por Antequera.