Con la mirada puesta en el horizonte mis pensamientos fueron hacia aquellas personas que hace miles de años llegaron a construir los Dólmenes de Antequera. La magia del láser, las luces, me trasladó por instantes a encontrarme cara a cara con nuestros antepasados, dejándonos atrapar por la magia de esa montaña.
Embelesada se quedaría aquella persona cuando tras bajar de la Cueva del Toro se topó ante la roca que en completo silencio se convertiría en un misterio de la naturaleza al que dedicarle un monumento. De belleza hablamos, de instantes, de miradas entre unos y otros, sin saber muy bien el por qué de aquel fenómeno que ante ellos se mostraba, buscando resolver el enigma que se les presentaba.
Quiero pensar que sin dudarlo, dedicieron construir Menga, porque yo no habría buscado un lugar mejor para descansar que estar frente a su atenta mirada, esperando el momento en el que despertar del letargo y entregarme a otra vida. ¿Pensarían ellos lo mismo que yo? ¿Sentirían esa conexión con la tierra, la esencia, la naturaleza, la magia?
Me giro y me pregunto si esa búsqueda del sol, si la mirada también hacia el Torcal nos llevaría a conectar con nuestros antepasados, deseando que algún ritual extraño me ayudara a conectar con ellos; tendría tanto qué preguntarles y a la vez, tanto que callar ante tan grandísimas estructuras que nos han dejado en herencia.
Probablemente nuestra conversación nos llevaría a sentarnos a esperar el amanecer, ver salir el sol, sentir cómo nos atrapa, su primer contacto que nos eriza la piel. A partir de ahí, nos dejaríamos llevar por las sensaciones, las miradas, la complicidad y esa extraña interconexión del pasado y el presente, de antequeranos de entonces y de ahora.¡Qué belleza nos dejasteis, qué belleza!