Mucho se ha escrito y se seguirá escribiendo sobre el auténtico amor. En este mes en el que las marcas comerciales se frotan las manos, con su invento artificial para mayor facturación, quiero invitar a la reflexión sobre el tipo de amor más auténtico que existe. Más aún que el de las relaciones de pareja, al cual no me voy a referir en el presente escrito, pero sí en sucesivos. El amor de quienes educamos a los más pequeños.
Madres, padres, abuelos, tíos, o cual sea el parentesco pero la misma función. Educar y formar a los que nos suceden. Venimos de un pasado autoritario en el que no había margen a la réplica, el capricho o la negociación. Queriendo no repetir estos patrones se ha pasado al otro extremo y esto no supone que sea menos perjudicial. El enfoque es ahora evitar cualquier tipo de malestar y sufrimiento y colmar de gustos a quienes están aprendiendo a vivir. Con esto se consigue no prepararlos ante las frustraciones y el esfuerzo, además de que entienden que todo es merecido sin tener que ganarlo. Convirtiéndose así en seres débiles y déspotas.
Querer de verdad es tener autoridad estableciendo normas y límites claros. Es educar en el esfuerzo y el respeto, en una comunicación bidireccional, y la potenciación de sus cualidades. Es preciso decir “no” y ayudarles a fortalecer la voluntad con premios que no sean inmediatos o no merecidos. Restringir el tiempo de móvil y fomentar el juego, la lectura y otras formas de diversión que no impliquen las nuevas tecnologías.
Por supuesto esto es más difícil y laborioso que ceder a todo pero indudablemente es lo que necesitan. Afortunadamente contamos en nuestro Centro con “Escuelas de Padres” de niños y adolescentes, para poderles acompañar en esta maravillosa aventura que es querer de verdad.
