Un último remoloneo en la cama y casi estoy preparada para el comienzo del nuevo día. De manera autómata, pulso el botón de la radio y comienza el atropello de noticias, hay que contar muchas cosas, aunque sean repetitivas, previsibles, que ocupen la mente y no dejen espacio libre para poder ver más allá. Pandemia, corrupción y enfrentamiento entre los grupos, reparten protagonismo y ocuparán, un día más, cartelera periodística. Hay espectáculo.
Y también mucho dolor y numerosas vidas trastornadas, además de la pandemia, por errores políticos, tan evidentes, que el desamparo se adueña de la ciudadanía. Del interior sale una amarga pregunta: ¿en qué pensaba para votar a…? El parlamento ofrece una imagen de pobreza gubernamental, lo menos que se despacha, desde que se inició la andadura demócrata. Entono el mea culpa, como ciudadana, viendo cómo se desanudan, uno tras otro, los fuertes lazos que la Constitución del 78 ofreció a todos como mensaje de paz y unión para asentar el futuro.
¡A la gresca!, parece el lema aprendido para cada sección del Congreso. Mientras esto ocurre, Madrid vive la disyuntiva de no saber a quien tiene que obedecer. Y en los lugares, donde el número de contagiados alcanzan cifras más que preocupantes, la población no acude a la llamada de las pruebas consciente que el resultado positivo,añade más incertidumbre y riesgo de exclusión, a las condiciones de precariedad que comienzan a ser una constante.
Apaños precipitados. Que cada institución se endeude hasta que se acabe el papel para anotar los números rojos. Pulsos peligrosos, que se aproximan al lodazal de la sinrazón y demasiado condescendencia con lo que injurian, a cada momento, al pueblo español. Pero este pueblo español, aún goza del consenso y sería para echarse a temblar si la Constitución dejara de ser el paraguas protector, y aunque parece que está a salvo, se ha de agudizar la vista y el oído para estar en predisposición de votar con acierto por el bien de los españoles.