«La rebeldía es la sal de la vida». ¿En qué cantidad? ¿Cuál es el precio de ser rebelde?
Depende.
Si se es un rebelde con envoltorio interno y externo de billetes discretamente guardados en bolsillos, y al mismo tiempo vistes ostentosas camisetas de apellido Cavalli y chaquetas con excusas de pequeño gran hombre, o te diseñan la suela de los zapatos con clavos, con los que caminas por tus empresas hecho un brazo de mar, entonces ¡no hay más que hablar!!
Seguro que resultas un ser encantador, transgresor de normas adosado a un abogado que te libera de todo o casi. Resultas un nómada urbano, atractivo, de diseño vamos.
Por supuesto las mujeres no se te resisten ¿para qué vas a contar otra historia si tu talento de tercera generación es innato?
No hagamos de esto una cuestión de estado, pero éstos, éstas no son auténticos rebeldes, nunca bailarán con lobos, jamás .
En otra década, Janette, era rebelde porque el mundo la hizo así. Nadie la había tratado con amor y se sentía incomprendida. Identificados muchos y muchas con la letra, masticamos las sílabas y continuamos surcando tierras, calles y plazas, con mochilas y guitarra al hombro. ¿Qué es ser rebelde?
Depende
Los ecos de la rebeldía pueden sonar a cañonazos o a flower power, a rebelión en las aulas.
¡Claro que son molestos esta clase de rebeldes!, suelen poner ante nuestras narices la gula de unos y las carencias de otros. Guillotinar, cortar y créanme, no siempre por lo sano.
Redescubrir la rebeldía en uno mismo es muy saludable, llena de endorfinas la vida. La aleja del silencio consentido, o de los golpes desafortunados, del sarcasmo de los asientos traseros.
Todo forma parte del espectáculo. Sí, el espectáculo. La bufonada, no es sólo lo que gotea en televisión. El mundo es más que eso. Apague la tele un rato, declárate en rebeldía y corre, mira, observa. Hay mucho que ver más allá de la planicie de la pantalla.
¿Rebelde sin causa? ¿Un James Dean?
Depende.
Tal vez mi rebeldía no sea de diccionario, no esté catalogada, no tenga título. Y eso me gusta.