No es ahora verano… Dicen los más observadores que no se le ve venir, pero, ¿es el mismo otoño que hace años? ¿Son las mismas sensaciones que hace siglos? ¿Vieron los primeros habitantes de nuestro planeta la misma luz que nosotros? Comentan en textos hablados o escritos que el otoño es como algo invisible que se adentra en los días, en las semanas en el gris del cielo y en el rojizo de los atardeceres, en el púrpura de las noches.
El otoño tiene buenas intenciones, y cuando la actitud es empática, cuando hay ganas, surgen espacios y tiempo. Detalles en color dorado y bermellón, viento de buenos días, canciones con corcheas difusas, poemas de versos infinitos, risas alegres que quedan derramadas, esparcidas como sonrojos en mejillas blancas. Fotos de atardeceres cambiantes tantos, como segundos pasan, tan bellos que son irrepetibles. Cafés que salen a la calle y abren sus sombrillas para guarecerse de las hojas que caen de los altos y frondosos árboles que cansados del calor del verano se deshacen de sus vestiduras.
Citas con nombres de amigos que acuden con alegría a la vuelta de la esquina para dar abrazos y besos, para volver a compartir . Visitas sorpresa a museos, a galerías de arte, a librerías, esas que exponen páginas y libros dándole la bienvenida a la nueva estación del equinoccio mostrándote en cada letra que llegan aires de cambio.
Compras con tintes otoñales, helados con sabores ácidos y dulces, aperitivos, películas en blanco y negro o sepia, pigmentos cargados del brillo otoñal. Llamadas en la madrugada de voces acristaladas que el otoño agita como si fueran espuma ligera de nostalgia o viajes que quedan por hacer, nada es seguro, todo está por construir. Fondos de pantalla a cual más impactante o bello, caminatas raudas que atraviesan ciudades mientras los pies ligeros se deslizan por el asfalto cubierto de pétalos ajados y ramas casi imperceptibles. El otoño tiene ese componente mágico y mimético. Solo es el tiempo que pasa.
