Allá en la niñez que recordamos, allá en el balcón de la noche mágica, allá en aquellos años en que la imaginación no ponía barreras a nada, por cierto, ¿cómo los niños pueden poner límites a la imaginación? veíamos, casi tocábamos los juguetes, las ilusiones, los reyes. Los Magos de Oriente. Oriente, ese lugar quedaba en la otra parte de los cuentos, de las historias, de la geografía. Un brillo de estrellas que sólo se podía ver si la nieve cubría caminos, bosques lejanos, y puntas de tierra en la que habitan osos polares, zorros árticos, focas… Lo remoto, lo no alcanzable, lo convertía todo en enigmático.
Otros regalos aparecen en nuestras vidas cuando envolvemos los de nuestros hijos, cuando compartimos con ellos esa alegría ruidosa a la que solo hay que añadirle tiempo, momentos en que la imaginación de nuevo adquiere un color extraordinario, lúcido, mágico. Presentes que la vida envuelve en sutiles pensamientos, en vivencias que no se desgastan a pesar de no poder guardarlas para siempre en botella de vidrio por las que no pasan los años. Realidades íntimas que surgen para tocar fibras sensibles sin espacio, sin partitura, atemporal.
Ahora, hace unos días, envolvimos regalos para nietos, pequeños o mayores, eso niños que aún están en el umbral de las ilusiones, en las vivencias del hoy, en la magia de lo desconocido. Nos convertimos en artífices de ilusiones y cuando estas entran en una casa, el espacio se ensancha, los cuentos se vuelven ágiles por las paginas de las vivencias, por las arterias de los días.
Somos cómplices del silencio del tiempo, somos a veces meros espectadores de la vida y ésta, como buen regalo, viene envuelta en papel de extraordinario brillo, atada con lazos de seda o esparto, con rugosas oquedades en las que se depositan los vacíos. Ya, no todo es perfecto. Abramos este regalo, desenvolvamos el paquete, quitemos ligaduras protectoras y disfrutemos ya sin reservas de todos los momentos que la vida nos trae. ¡Feliz Año!