Pasadas las fiestas navideñas los establecimientos comerciales se llenan de clientes haciendo los cambios pertinentes. Son tantos y tantos los regalos que se han hecho que necesariamente se acude para buscar otro color, talla o producto. Hay incontables marcas deseosas de llegar al público y obtener las ventas esperadas. Marcas que conocemos a través de redes sociales e influencers que se ganan la vida convenciéndonos de que sin ese producto tu vida no será como la deseas.
Llegamos a establecer necesidades que realmente no lo son. Deseos de objetos o viajes, o lo que sea de una vida ficticia en la que esa marca es absolutamente necesaria para nuestra felicidad. Y aunque ya sabemos que esto no es así seguimos cayendo en esa falsa ilusión. Llenamos nuestros vacíos de múltiples formas, sea a través de adicciones u otra conducta de riesgo o sea a través del materialismo que nos arrolla a través de las pantallas y la presión social. De tal forma que se llega a perder la perspectiva, creyendo que somos más o valemos más si en nuestro repertorio habitual vamos publicitando tal o cual marca.
Somos capaces de obviar las necesidades reales o las necesidades de colectivos más desfavorecidos en aras de alcanzar una apariencia que tapa esos vacíos vitales que tanto nos pesan. Hemos llegado a límites inimaginables hace décadas en cuanto a ciencia y tecnología pero no llegamos a valorar lo verdaderamente importante. Y lo que es peor, lo estamos transmitiendo a las generaciones que nos suceden. Saberse afortunado por vivir y por poder cubrir las necesidades básicas, por disfrutar de la familia y los amigos, de una puesta de sol, de la naturaleza, de tantos momentos cotidianos que son la esencia de la vida es tan importante que sin esta toma de conciencia no se llegará a conectar con el verdadero valor de nuestra vida y la de los demás. Reconocer esto es el mejor regalo que podemos tener.