Adoro los espejos y para disfrutar de ellos, Versalles. Para los entendidos visitar el museo del Louvre es una experiencia mística, para mí tocar la Mastaba de Akhethtep, aún protegida, fue un momento único. Era como si me hubiera comunicado con sus constructores, sus “habitantes “ y hubiera viajado miles de años hasta Egipto. Así lo sentí. He visitado El Louvre en tres ocasiones. Quedé exhausta pero feliz. Sonaron las alarmas del museo y las medidas de seguridad comenzaron a caer como en una película de suspense. Carreras voces, cristales en el suelo de la majestuosa Galería Apolo. Policías y visitantes mezclados y confusos. Robo perpetrado con pericia de profesionales.
Subieron en un montacargas y tardaron 7 minutos. Casi inmediatamente de que este robo se perpetrara y se tuviera consciencia los medios de comunicación, las redes sociales, el boca a boca de los que estaban visitando el museo, teniendo en cuenta que es el museo más visitado del mundo. Conspiraciones y teorías las que quieran. Ayer se decía que la CIA había hecho el robo porque Trump quiere desestabilizar el mundo. Aunque parece de chiste a mí no me extrañaría. Suena romántico el emplazamiento, porque ha sido a orillas del Sena en una mañana otoñal y ya sabemos que las canciones alrededor de este río abundan. Otra teoría plausible: ¿se van a desmontar las piezas, se venderán por separado diamantes y esmeraldas o irán a parar al mercado negro?
El robo catalogado por expertos ha sido sencillo y sutil nada de una preparación de cine. Entran cuatro hombres, roban y se van. Nueve piezas de incalculable valor, ellos lo tendrían calculado, seguro aunque no tanto que se les cayera una de las coronas. Joyas pertenecientes a Napoleón III y la emperatriz Eugenia de Montijo. Mirando este ajetreo desde el techo, las pinturas mitológicas de Eugene Delacroix nada más y nada menos que 600 metros cuadrados en la Sala Apolo. El grito dorado del poder absoluto de Luis XIV.





