El otro día cuando salía de mi piso y vi a mi nueva vecina portando sendas bolsas de basura. Escondida tras ellas pude verla de refilón. Después del saludo de rigor, me comenta que había hecho limpia y que tiraba desde ropa en desuso, chismes de diversa índole y libros.
¿Libros? Sí, de cuando mi hija estudiaba primaria. Bueno hasta aquí, oye, que cada uno barra su casa. Pero los libros me duelen.
«He intentado venderlos a una tienda de libros usados, pero me cuesta más el viaje que lo que me dan por ellos», me comenta al ver mi cara.
Por la tarde me llama mi amiga Nuri y me comenta que está reduciendo a pitillo, todos los pantalones que tenía guardados en el fondo de armario. ¡Qué se llevan Carmen y lo hago a mano!
Cuelgo y me meto en internet. Chanel siempre sorprende y el fondo de mi armario también. Pensamiento profundo como pueden comprobar. Me visto de exploradora y me dedico a buscar esos consabidos pantalones florales. Los encuentro. Están nuevos. Me los pruebo, ¡perfectos! Talla 38 como siempre. Sólo le sobra ancho y largo, esto último no es porque haya encogido, y ahora con yoga y pilates menos, es que se llevaban caídos y ahora marchan tobilleros. Camino hasta un centro comercial y me dedico a comprobar que lo que Nuri me ha dicho y lo que he visto en pantalla, hacen la suma perfecta.
Regreso y cojo la caja de costura. Hilvano y pespunte yo a máquina, me cunde tela. Bueno pues ya estoy lista para esta primera rampa del otoño. Ya puesta, me he arreglado algunas blusas y camisas, que por cierto este año se llevan anchas otra vez. Mis hijas protestan, no les gusta este look de manga caída, hombros en rampa descendente y tallas que no parecen la tuya.
Se habrán dado cuenta de que he evitado hablar de desvío de fondos, de un país anémico, de congresos para aplaudirse a ellos mismos, ni del derrotero sin salida del gobierno, ni… Pero tengan la certeza de que NI ME CALLARÉ, NI ME QUEDARÉ EN CASA. No lo he hecho nunca y ahora menos.