Las mañanas se levantan azules, verdosas, saladas. Un pianista del agua descubre nuevas melodías ahora que el mar se acerca a nosotros o nosotros nos acercamos a él. Interesante medidas de distancias que importan cuando quieres disfrutar, con la cercanía permitida, de aquello que amamos, y no puedes porque sólo imaginarlo o verlo en vídeos o dibujos no nos acercan su olor real, su tacto Oler los pensamientos dormidos de los sentimientos no es lo mismo que poder palpar las marejadas con las que se suceden los meses.
Hay cuerdas, que cuando las afinas, se tensan demasiado y se rompen y otras que resisten y corren enredándose en espacios acotados, severos, claustrofóbicos, pero sobreviven ya sea en desiertos o en selvas amazónicas limitadas por asfaltos enjaulados que rugen de contentos ante su libertad.
Acercar el estremecimiento del litoral al retiro en el que hemos estado viviendo estos últimos tiempos, ha sido tarea ardua, por no decir imposible. Pero aquí estamos de nuevo. Mis huellas me llevan a recorrer los sitios soñados alegres de no sentirse olvidados. Ya tengo más kilómetros para recorrer, para alejarme o llegar, para acercarme y disfrutar del espacio abierto.
Dentro de mi particular bunker he tenido conexión con todas las webcam que se me ha permitido. Así me he escapado a la ribera de Tibet y por ende a Roma, he paseado descalza por la plaza de San Marcos en medio de una llovizna suave, he montado en bicicleta por las “nueve calles” de Ámsterdam o escuché las voces profundas de los barítonos del tiempo en la Ópera de París mientras saltaba contenta por los Jardines de las Tullerías. He caminado embelesada por la Royal Mile de Edimburgo y navegué cara al viento los lagos inmensos de Suiza.
Los días que me sentía deseosa de escapar, volvía una y otra vez a estos y otros lugares, elegí primero los más lejanos, porque codiciaba y envidiaba esa distancia irreal. Hemos salido a nuestras queridas calles con otro tipo de color en la retina. Paso a paso. Más allá. Más allá.