miércoles 17 septiembre 2025
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Santa Eufemia en el poema heroico de Carvajal y Robles

Santa Eufemia, Patrona Ganadora de Antequera, ha sido muy tratada en la literatura de Antequera, sobre todo entre los autores de la denominada Escuela Antequerano-Granadina de Poesía, del siglo XVII. Ya he publicado, en otras ocasiones, algunas de las composiciones de estos autores, como Agustín de Tejada, o algunos romances, como el de Vindarraja, en las que se comentaba la vida y milagros de esta santa y su actuación en la conquista cristiana de Antequera, ocurrida el 16 de septiembre de 1410, precisamente día de la festividad de Santa Eufemia. En esta ocasión buscaré, entre las centenares estrofas de que consta el Poema heroico del Asalto y toma de Antequera, de Rodrigo de Carvajal y Robles, aquellas que aluden a esta santa.

La vida de Rodrigo de Carvajal y Robles es, según mi amigo Bautista Martínez iniesta, su editor, “arquetípica de un hidalgo español emigrado a América, con la salvedad de que la suya discurre entre el ejercicio de las armas y de las letras”.

No se disponen de muchos datos acerca de su vida. Sabemos que nació en Antequera entre los años 1560 y 1580 de familia hidalga, descendiente de los Carvalajes que acompañaron al Infante don Fernando a la toma de Antequera y fue bautizado en la iglesia de San Salvador. Muy joven, debió pasar a América, según nos cuenta en los preliminares del Poema heroico del salto y conquista de Antequera, publicado en 1627, o sea, que dentro de dos años se cumplirán los cuatrocientos años de esta gran publicación, muy importante para Antequera, ya que es un poema de épica culta de la que muy pocas ciudades en el mundo tienen el lujo de poseer, y que espero que las autoridades tomen buena nota de ello y que no pase como lo de este año, en el que se han celebrado los cuatrocientos años de la muerte del mejor poeta antequerano de las Escuela Antequerano-Granadina de poesía y, salvo mi humilde persona, y mi gran invitado y buen conocedor de su obra , el profesor Jesús Morata, nadie se ha acordado de él. Quedan casi dos años y espero y deseo que se organicen actos para conmemorar este grandísimo evento. ¡Dios lo quiera!

Tiempo tendremos de dedicarle páginas y páginas a este gran poeta antequerano, pero hoy sólo voy a seleccionar todo lo que escribió, diseminado por su gran poema épico, sobre Santa Eufemia. Me temo que, será muy probable que muchos antequeranos desconozcan, no sólo el autor y su obra, sino, aún más, el contenido de la misma.

El Poema del asalto y conquista de Antequera se inscribe en la serie, sigo siempre a mi admirado, ya desaparecido, amigo Bautista Martínez iniesta, “en la larga serie de poemas , que la poesía épica culta produjo durante los siglos XVI y XVII. Por “épica culta” se designa el conjunto de poemas escritos y publicados en el Siglo de Oro, que, partiendo de Homero, Virgilio y Lucano, y en estricta observancia de la preceptiva clásica (Aristóteles y Horacio) y renacentista –cantan y cuentan hazañas y aventuras de héroes históricos y legendarios–. Éstas son las estrofas y momentos seleccionados:

Intervención de Santa Eufemia ante Dios:
En el cielo, donde cantan y alaban a Dios las almas pías, habla de esta manera Santa Eufemia, relatando sus méritos y sacrificios:

“Salió de la bellísima academia,
donde la castidad con el martirio
ese mismo Señor alegre premia
en lo supremo de su coro empirio,
la celebrada virgen santa Eufemia,
rosa del cielo ya, porque fue lirio
de dolor en la tierra y la rodilla
con reverente acción a Dios humilla.

“Por la verdad, Señor, de tu fe santa
no me espantaron –dice– las cadenas,
que retorcidas vi por mi garganta
esforzar el aprieto de mis penas,
ni ver desde el cabello hasta la planta
disciplinadas mis azules venas
con varas de tan fuerte y crudo acero,
que las pudo temer el Cancerbero”.

Sigue la santa relatando su dolorosa vida y su martirio para llegar a la súplica que le hacía a Dios:

“En la fértil región de Andalucía,
paraíso de España, has dedicado
una ilustre ciudad, donde mi día
ha de ser de su gente celebrado;
pero mientras se tarda el alegría,
vive el deseo en mí, vive el cuidado,
cuanto permite tu imperial decreto,
hasta que a tu presencia des efeto.

La inexpugnable villa de Antequera,
que en la opresión del moro está cautiva,
es, como sabes, la ciudad que espera
mi protección y yo su rogativa,
mas su muro es tan fuerte, como fiera
la de su guarnición gente nociva,
y no hay pie que la pueda entrar humano,
si tu santo fervor no da la mano.

Cercada está del castellano Infante,
mas toda la morisma de Granada
y de África la fuerza más pujante
a su defensa viene convocada;
tres veces ya su cerca de diamante,
de los reyes he visto contrastada
de Castilla, y tres veces la vitoria
han perdido y yo el gozo deste gloria.

¿No eres tú el mismo Dios que echó por tierra
de Jericó los encumbrados muros,
y castigó con merecida guerra
a los que se juzgaban por seguros?
¿No eres tú el que mandó tragar la tierra
los corazones de Abirón más duros,
y el que abrió montes de agua al pueblo amigo
y encima los echó del enemigo?
Arroja, pues, el mar sobre la armada,
que viene a dar socorro vehemente
a la precita gente de Granada
y a perseguir tu bautizada gente.
Hunde aquesa nación desenfrenada
en la desolación de su accidente,
y derriba los muros de Antequera
porque mi dicha alcance el bien que espera.”

Ante tantos méritos y vida tan llena de amor a sus creencias religiosas, así le responde Dios:

“Virgen, que allá en el templo militante
–responde el Padre Eterno– diste ejemplo
para ser colocada en el triunfante
como piedra preciosa de mi templo,
pues sabes que te he sido tierno amante.
por la rara virtud que en ti contemplo,
fía, que la verdad de mis ideas
verás ejecutar como deseas.

Por tu ruego el Infante don Fernando
se puede prometer cierta vitoria,
si bien que ha de ganalla peleando,
porque sin pena no se alcanza gloria.
Verasle por el muro entrar triunfando,
donde quedará eterna su memoria,
y para más favor de tu alegría
el asalto será en tu propio día.
No derribo los muros, que defensa
son en esta ocasión de los paganos,
porque sean después su propia ofensa
cuando estén en poder de los cristianos:
ni mi castigo toma recompensa,
ni los hundo en el mar, porque a las manos
lo he remitido todo del Infante,
porque la eternidad su gloria sea.

Mas conviene que vayas en un vuelo
a su tienda, y le digas de mi parte
que despache su armada sin recelo
al estrecho del mar que en dos se parte,
que allí de mi favor tendrá el consuelo,
y que para asaltar el baluarte
fabrique esas bastidas de madera,
tan altas como el muro de Antequera.
Que no puede faltar lo decretado
en los anales de mi fija historia,
y en aquella ciudad está invocado
tu nombre para darte nueva gloria;
y también será un templo dedicado
a la virginidad de tu memoria,
de vírgenes que ofrezcan a tu fiesta
más santa honestidad que las de Vesta.
Poblada esa ciudad de ilustre gente
y su descendencia continuada
dará sujetos de ánimo excelente,
que la pluma ejerciten y la espada:
muchos habrá de espíritu valiente
y muchos de prudencia reportada,
porque tu protección será la guía
siempre de su prudencia y valentía.

Sus primeros valientes pobladores
sin socorro, sin sueldo, sin amparo
de su rey, como bravos defensores
serán de sus murallas el reparo,
rebatirán las fuerzas superiores
de la morisma, con valor tan raro
que a su ciudad conceda un rey egregio
de franqueza un ilustre privilegio.”

Para cumplir con esta orden de Dios, Santa Eufemia, parte para contárselo al Infante, mientras dormía:

“Alza –dice–, Fernando, la esperanza
que en tu fe y tu lealtad fabrica el celo
de su santa y valiente confianza,
que quien la pone en Dios conquista el cielo.
Sufre porque el sufrir todo lo alcanza,
y para dar alcance con tu vuelo
a la empresa que sigues, no al quebranto,
rindas tu mente de mayor espanto.
El precito Yucef, rey de Granada,
ha juntado un ejército y espera
otro, que ha de pasar en una armada
de África a retirarte de Antequera;
y no podrá Antequera ser entrada,
si no es con artificios de madera,
éstos fabrica, y por la mar y tierra
ejecuta el aliento de tu guerra.

Que si bien Dios te ofrece la vitoria,
quiere que la merezcas batallando,
que no puede ser digno de su gloria,
si no es el que la gana peleando,
y pues en Dios la tienes tan notoria,
procura, valentísimo Fernando,
obrar con tal virtud por merecella,
que tus obras te hagan digno della.
Dijo y con la presteza que del cielo
bajó, volvió a subir al cielo mismo,
y de la dulce gloria de su vuelo
hace el infante luego un silogismo,
diciendo que visión de tal consuelo
no puede ser fantasma del abismo,
sino espíritu bello de alegría,
y tras su resplandor la voz envía.”

“Santa deidad, quienquiera que tú seas
–dice– la que informaste a mi sentido
los favores de Dios, si el bien deseas,
como parece, de su pueblo ungido,
cuando en esa región con él te veas,
acuérdate que el rayo esclarecido
de su auxilio eficaz me dé tan fuerte,
que a ejecutar sus órdenes acierte.”
Dijo, y luego que el sol la pavesada
fue de la escura noche desarmado,
y la gente, que el sueño aprisionada
tuvo en su dulce cárcel, fue librando,
repasa por su mente iluminada
los visos, el católico Fernando,
que le dispuso la visión divina
y seguirse por ellos determina.

Más adelante, Santa Eufemia vuelve para reconfortar en sueños al Infante, en momentos de desánimo y muchos problemas:

“Señor –dice–, por mí de aquesta guerra
no yo, sino por ti todo el aliento
solicité con fin de que en la tierra
fuese tu adoración en más aumento.
Y pues mi intento sabes que no yerra,
no a la ejecución falles de mi intento,
que el tino perderé de las virtudes
si a la ejecución dellas no me acudes”.
Esto dicho, en su lecho se recuesta,
adonde batalló con su sentido
el cuidado interior que le molesta,
hasta que el sueño lo entregó vencido,
donde, no sin deidad, se manifiesta
de Santa Eufemia el esplendor lucido,
que iluminando fue su fantasía,
y en ella oyó esta voz que le decía:
“No se rinda, Fernando, tu paciencia
a la fatiga del rigor más grave,
que mal puede mostrarse tu prudencia
si la tribulación del mal no sabe,
sufre de la desdicha la violencia,
que ha de hacer tu dicha más suave,
no te aflija el más áspero tormento,
pues te ayuda a ganar merecimiento”.

Y aún quedará otra tercera aparición de Santa Eufemia, el día antes de la batalla, para alentarlo y animarlo al triunfo:

En tanto de Aragón el rey eleto
en la dulzura estaba divertido
de un regalado sueño que respeto
guardaba a la quietud de su sentido,
donde se vido el príncipe perfeto
de un bello resplandor acometido,
que toda la ligera fantasía
se le bañó de insólita alegría.
Era de Eufemia la visión divina,
que los sentidos le bañó de gloria:
Eufemia, que sus hechos apadrina
para dejar eterna su memoria.
“Ya –dice– ya, Fernando, determina
premiar tu santa fe con la vitoria
el justo Dios, que a quien tan bien pelea
siempre da la corona que desea.
Yo soy, claro Fernando, aquella Eufemia
que de virgen y mártir ganó palma
con el coro triunfal de la academia
inmortal, que gozando está mi alma,
y aunque por tus virtudes Dios te premia,
de todas las tormentas, que mi ruego
siempre ha solicitado tu sosiego.
Dios, por mi ruego, ordena que mañana
martes, que será el día de mi fiesta,
des el asalto, que la gloria ufana
verás del vencimiento manifiesta,
fuera de otra vitoria soberana
que han de ganar tus gentes antes desta
hoy lunes, aunque no sin gran fatiga,
porque sólo el trabajo a Dios obliga.
Harás que por patrona de sus muros
me jure esa ciudad, cuando la ganes,
en fe de que por mí estarán seguros
siempre de los más ásperos desmanes,
y en los siglos también por mí futuros
alentaré valientes capitanes
y gallardos ingenios, de manera
que luzca en armas y letras Antequera.
Y tú, Fernando, tú, por la corona
de que toda Castilla despreciaste,
con la santa virtud que perficiona
la invencible lealtad que allí mostraste,
no sólo ofrece Dios a tu persona
los reinos de Aragón que ya heredaste,
mas a tu nieto le dará Castilla
con su reina Isabel la imperial silla”.

Magnífica versión de la conquista de Antequera que, por la intervención de Santa Eufemia, avisando en sueños a Fernando, se logró el día 16 de septiembre de 1410. Laus Deo. ¡Feliz Día de nuestra Patrona Ganadora, Santa Eufemia!

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