El escenario se abre a la noche que cobija las Cuevas de Nerja. La luz, en un azul hondo, cae a raudales sobre el tablao, porque Sara Baras baila y zapatea en un tablao hecho a medida para sus pies, para sus tacones, para su arte.
¡Anda Sarita vamos allá! ¡Vamos niña que tú vales! Y valía. Con 17 primavera o veranos u otoños, Sara se va a trabajar a Japón. Fue duro pero aprendió. Quería volver todos los días a su casa,al calor del hogar, a la comida caliente, a los abrazos llenos de cariños, quería dejar de mirar escenarios nipones, a olvidarse de los palillos y agarrar con fuerza cucharas y tenedores, pero la raíz principal de su esencia, le gritaba que tenía que seguir a pesar de todo, a pesar de la soledad, de las dificultades, de la distancia. “Sigue Sara, sigue”, cantaba en su interior ese duende peculiar que llevamos dentro. La voz de sus padres se oía por donde pasara y la vitalidad renacía y la convertían en lo que es ahora.
Ha roto muchos tacones, muchos zapatos y tablaos también, la fuerza de su danza es tal, que arrasa hasta entre los más incrédulos. Oírla zapatear es como entrar en un mundo diferente, en un espacio mágico al que sólo a ella le son reveladas las claves. Trenza tirante y brillo de estrellas, bata de cola que es un rectángulo con lunares que vuelan hacia lo,más alto del firmamento. Giros y giros imposibles si no eres ella. Arte a raudales, montaje escénico estremecedor. Luces y sombras, como en el espectáculo de la vida. Blanco y negro con un recital de fusión entre boleros y palos del flamenco mas tradicional. Sara sabe lo que tiene que pasar en ese escenario y lo que no. Por eso es una bailora, no una bailarina. Apasionamiento, seducción. El flamenco es algo salvaje, misterioso… Si llegas a entenderlo, entonces ya será tuyo para siempre.