Y ando buscando una noticia satisfactoria, medio buena, que si no me hace completamente feliz, al menos, no agrande mi desazón, que ya es más que considerable. Lo que oigo, veo y escucho con atención apenas da para un minuto de relax. Si fuera posible mandar un mensaje a todos los ciudadanos para que de manera simultánea apagáramos la radio, la televisión y nos aisláramos de los murmullos callejeros… ¿qué ocurriría? ¿En qué lugar se almacenarían los ecos de tanta desolación?
Porque repetir el desastre no lo hace bueno, ni siquiera rutinario. Y el colmo a que hemos llegado es querer verlo y asumirlo con normalidad. Leí en la prensa, concretamente el País, que un ministro de Japón les había pedido a sus mayores que se hicieran el hara-kiri y pasaran a mejor vida porque no podían pagar las pensiones. Me imagino que el ministro no va a tener problema económico aunque viva una eternidad, su cargo le habrá proporcionado buenas reservas y algún que otro favor en forma de billetes. Los cargos no tienen penurias, éstas son exclusivas de los currantes que tienen un mes por delante cargado de responsabilidad para ver su recompensa muy justita.
Así que los ancianos japoneses no les queda más remedio que vivir miserablemente o correr una ola de suicidios para arrancarle la sonrisa al ministro. ¿Será el preludio de lo que viviremos en los países desarrollados?, tantas cotizaciones, papeles, nóminas, tc, modelos, haciendas, tesorerías y un sinfín de oficinas recaudadoras y liquidadoras, que te dejan limpio, no garantizan que hayan un después de la vida laboral. El incelso del que hacía gala Felipe González, se va a ir de vacaciones definitivamente y subsistir se va a convertir en una odisea tan dramática como las ochomiles de Edurne Passaban.
Entre una y otra mala noticia me doy un paseo por esa alameda antequerana que tanto hermosea el gran capitán adornado de las jardineras tan coquetas, y cojo aire y respiro en profundidad para que no me tumbe lo que está por llegar.