El lino era ya conocido en la antigüedad, recordemos que hace miles de años las momias egipcias habitualmente estaban envueltas en tejidos de lino. Quizá lo menos conocido del lino sean sus semillas y sus propiedades alimenticias, desde mi humilde punto de vista ahí reside su riqueza más valiosa.
De entrada, en la composición de las semillas de lino nos encontramos vitaminas del grupo B, vitamina E, minerales como el hierro, yodo, fósforo, calcio, potasio y otros minerales más específicos como el cromo, cobalto, níquel, cobre y manganeso. También las semillas de lino contienen una importante cantidad de fibra, ya sea soluble o insoluble y mucílago. De esta manera, las semillas de lino por su contenido en fibra regulan el tránsito intestinal y ralentizan la absorción de azúcares y grasas.
Lo verdaderamente interesante de las semillas de lino es que son ricas en ácidos grasos poliinsaturados omega3. Como seguramente sabrán, los ácidos grasos omega3 son esenciales porque nuestro cuerpo no los puede sintetizar y los tenemos que adquirir a través de la dieta. A partir de este omega3 el organismo fabrica el ácido eicosapentanoico, que disminuye la agregación plaquetaria. Por este motivo las semillas de lino mejoran nuestra circulación sanguínea y lógicamente reducen la probabilidad de sufrir accidentes vasculares como trombosis o infartos.
También es conocido el efecto beneficioso de los omega3 sobre los procesos reumáticos y artríticos. Por otro lado, las semillas de lino son ricas en lignanos, estos son unos antioxidantes naturales cuyo efecto está íntimamente relacionado con los radicales libres. Está demostrado que los lignanos reducen la probabilidad de sufrir cáncer de mama, próstata y colon. En cualquier caso, creo que sobran razones para incorporar a nuestra dieta las semillas de lino y consumirlas regularmente. Para finalizar, me gustaría recordar a algunas personas que queda ya poco tiempo para disfrutar de unas vacaciones misteriosas.
