Estas vacaciones habrán sido inolvidables para muchos de nosotros. Los viajes, atardeceres en sitios espectaculares y en buena compañía, el descanso y la energía renovada para la vuelta a la rutina y las obligaciones. Son tantas las posibilidades que se abren ante nosotros en periodo vacacional y cada vez más con las facilidades de desplazamiento y la accesibilidad a rincones del mundo que hasta hace poco eran imposibles.
Pero ¿qué se pierde en el camino? Que todos podamos hacerlo todo y llegar a todas partes, ¿es un buen sistema de aprendizaje personal? ¿Dónde están los límites entre lo que me apetece, lo que es bueno para el cuidado del entorno y las personas que me rodean? Y todo ello retransmitido en directo a través de las redes sociales, lo cual puede ser el fin en sí mismo de esa travesía.
Ver un atardecer en el K2 es una pasada. La segunda cumbre más alta del mundo, vestida de nieve pura, adornada con un juego de luces espectacular en el crepúsculo del día y con una atmósfera calmada en la que cuesta respirar. Llegar ahí es muy difícil. Los sherpas son personas que desde hace muchos años se han ganado un dinero ayudando a los escaladores en sus ascensiones a las cumbres del Himalaya. Porteadores de peso y apoyo imprescindible para superar la hazaña de los forasteros y que puedan dejar constancia gráfica de ello.
Este verano hemos sido testigos, a través de uno de esos vídeos, no de la proeza de los escaladores sino del fracaso de la especie humana. La prueba irrefutable de nuestra extinción. Cada uno de los que sortearon al sherpa agonizante que los ayudó a llegar ahí y al que dejaron morir dijeron con ese gesto todo de ellos. El declive de nuestra sociedad a través del egoísmo, la deshumanización y la falta de sensibilidad ante lo que realmente es importante y nos hace personas. Ese hombre era una persona y quienes pasaron por encima de él, no. Quienes pasan por encima de otros sin mirarlos no lo son.