“Dicen los que de ello saben, que los buenos textos son mas fáciles de recordar. Espero que éste permanezca en vuestra memoria, en ese espacio temporal en el que se detiene el cariño y las horas se vuelven pausadas, tan hermosas, que todo se convierte en una imagen a cámara lenta que se eleva chispeante por encima de los sueños”. Así comenzaba mi alocución o discurso ante un atril muy alto que casi me impedía ver el rostro de mi hija y su ya marido Dani.
Mi vestido, un modelo rojo de Carla Ruiz, silueta lápiz según los cánones de la alta costura. Miren por donde, yo vistiendo un rojo deslumbrante de la firma de cabecera de Marta Sánchez o Eva Longoria y ¿saben cómo me sentía? como Carmen Ramos, y lo mejor de todo, madre de la novia, la madre de Marina Alejandra. En aquellos momentos durante tres minutos, en aquel atril, solo me concentré en que llegara mi inmenso cariño a los contrayentes. Para mí, la prueba de fuego era estar o no preparada par cantar los dos últimos versos de la nana que compuse para mi hija cuando era un bebé de cuna. Mi garganta ya no es lo que era, mi trabajo de profe gastó mis cuerdas vocales, amén de que para hacer gorgoritos hay que trabajar con ellas y con el diafragma. Me puse a ello con todas las técnicas aprendidas de mi logopeda y ahí están para siempre esos versos recitados y cantados en una mañana radiante en la que no se me podía quebrar la voz por las emociones. Para ser leal, diré que me faltaba mi gran aliada de siempre, mi guitarra. Las fuentes cantarinas dejaban caer lágrimas de alegría por mí.
“Está mi niña durmiendo,
que no la despierte el alba
que está riendo riendo,
esta princesa de cuento
esta princesa encantada.
Sueña con mares de lunas
y pececillos de plata
con corona de princesa
y con manto de gitana.
Está mi niña durmiendo,
que no la despierte el alba”.