Se define la solidaridad como “apoyo incondicional a intereses ajenos en situaciones comprometidas o difíciles”. La solidaridad es un compromiso, es una forma de vida, que adquiere una persona libre en pos de una mejora de la sociedad en la que vive, seguro de sí, conocedor del azaroso camino por el que ha de transitar. Es un bienestar interior que no todos conseguimos retener. Y para los cristianos, persona y solidaridad son los dos lados de un ángulo en cuyo vértice se haya la CARIDAD.
La solidaridad no está libre de razón, todo lo contrario, pero es cierto que se tiene que vestir de entusiasmo para presentarse con su mejor cara. Esto lo sabe hacer Simeón como pocos, como casi nadie. No podía tener mejor depositario el premio a la Solidaridad instituido en memoria del doctor José María Jiménez Nieto que en la figura del maestro de la Salle, que entiende que su compromiso con la sociedad es el resultado de su compromiso cristiano, de vivir con plenitud el Evangelio. Simeón está muy lejos de rellenar, cumplir, distraer y del aplauso. Es consciente de las necesidades y les dedica mucho tiempo quitándoselo a su familia, ocio y, probablemente, a sus horas de sueño. Es inagotable, no sabe que existe la indiferencia, conjuga como nadie el verbo aliviar, sobre todo, si se trata del dolor ajeno. Siempre deambula por sorprendentes laberintos, y, nunca sabe de antemano si va a llegar al final, pero tiene dos poderosas armas: la constancia y la honestidad.
El salón del Museo se llenó para acompañar al homenajeado, que en sus palabras de agradecimiento no dejó nada al azar, no sobró ninguna y dejó entrever que su corazón no estaba totalmente feliz. Quizá haya que buscar la respuesta en un fallo incomprensible, en el nulo reparo a un compromiso por el que había luchado con verdadero ahínco. Recibió las felicitaciones de todos los asistentes un fuerte y prolongado aplauso. Estuvo arropado por toda su familia y amigos, y embobado con su nieto. Dejó su sello de nobleza y buen hacer. ¡Felicidades!